Martín León nació con 26 semanas siendo un luchador. El afecto recibido y la estimulación de la Fundación Pequeños Gigantes lo ayudan a ponerse cada vez más fuerte.
Aunque no había terminado de desarrollarse en el vientre materno, Martín llegó al mundo con tan sólo 26 semanas. Pesó 690 gramos, por lo que el pañal de prematuros le quedaba grande, no tenía la última capa de piel formada y sus ojitos fueron tapados durante un mes para cuidarlo de la luz. Su mamá Tamara había llegado al Hospital Materno Neonatal de Posadas con un pico de presión en el cuarto mes de embarazo, pero junto a su esposo Matías sospechaban que algo andaba mal desde el segundo mes. “La presión marcaba 14 hasta que el 26 de abril llegué a 21. El diagnóstico era preeclampsia”, contó. En ese momento, la familia comenzó a transitar un largo y difícil camino.
Se trataba de su segundo embarazo y ocurría en el 2020, es decir el auge de restricciones sanitarias por Covid-19. Martín nació el 18 de mayo, luego de que los médicos corroboraron que no le estaba llegando suficiente oxígeno. Fue un bebé prematuro extremo, lo que generó mucho temor en su familia. “No entendía nada porque es otro mundo neonatología: no me cabía en la mente cómo un bebé iba a vivir en incubadora; después empecé a llorar y no había cómo calmarme. Toda mamá espera que nazca su bebé sano, con un buen peso y llevarlo a casa pero no fue mi caso, tuve que esperar seis meses para llevarlo a casa. El proceso fue largo y duro”, relató Tamara. A su vez, recordó que “Martín recibía mucho cariño y creo que tiene mucho que ver. El día que no fui porque me enfermé, él recayó: yo iba desde las 7 hasta las 19 horas porque no tenés límite horario, a los papás los dejan estar 15 minutos o media hora como mucho”.
Desde su llegada al mundo hasta el alta del Hospital, Martín sobrevivió a una serie de desafíos. A los cinco días de nacido fue sometido a una cirugía exploratoria por una perforación en el estómago que le impedía alimentarse adecuadamente e hinchaba su pancita al punto de quedar negra; no podía ir de cuerpo porque sus intestinos estaban tapados con grasa. Y seis días más tarde, esos 12 puntos se abrieron, obligándolo a volver al quirófano. Entre tratamientos, recibió hasta 0,5 de morfina durante casi cinco meses y los médicos decían que “era una bomba de tiempo”. También su cuerpo se acostumbró a recibir oxígeno debido a su diagnóstico: displasia broncopulmonar. Llegó a tener episodios epilépticos y en muchas situaciones enfrentó la apnea del sueño.
El 2 de octubre pasó junto a su mamá a Pediatría y podría irse luego de un electrocardiograma, pero recibió otro golpe duro. Mientras recibía leche por la sonda nasogástrica, el líquido se fue hacia la vía aérea por broncoaspiración. “Empezó a quedar negro y entró en paro cardíaco por 45 minutos. Yo estaba sola porque estábamos en pandemia y el papá en pediatría no podía entrar. Se suponía que volvíamos a casa con el soporte de oxígeno pero empezamos desde cero. Martincito estuvo en coma inducido un mes entero y ahí recién despertó. Lo vi sin signos vitales y mi corazón se rompía en mil pedazos pero no dejé de aferrarme a la esperanza de que iba a sobrevivir”, recordó Tamara. En ese reinicio de cuidados que se extendió por un mes más, no tenía permitido tocar ni alzar a su bebé.
León es su segundo nombre en honor a su fortaleza en esos seis meses “que se sintieron como años”. Era un día a la vez. Cuando Martín cumplió los diez meses, una amiga de su mamá le recomendó contactar con la Fundación Pequeños Gigantes, especializada en la atención de niñas y niños prematuros. Hasta el día de hoy, continúa con estimulación temprana cada lunes para trabajar distintas áreas de desarrollo. Primero aprendió a sentarse, fijar su cabecita y, al año, a gatear -una tarea muy difícil por su soporte de oxígeno-. Su avance también fue con la nutricionista dado que, hasta el año pasado, se alimentaba a través de la sonda, y ahora está en proceso de correr y aprender a hablar
“Estamos hace un año y medio y se nota todo lo que logró en tan poco tiempo. Agradezco profundamente porque los resultados fueron los que esperábamos, aunque yo me desesperaba y comparaba su proceso con el de otros bebés”, expresó su mamá Tamara, quien animó a otras familias a no perder las esperanzas: “Hoy lo vemos a Martín y se nos llena el corazón de alegría. Hace dos años era otro bebé, lo vi en una cajita de cristal con 21 cables sin entender lo que ocurría. Fue un proceso duro pero estamos felices porque está sano y sigue avanzando”.