La última guerra cuerpo a cuerpo

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Dos hombres, uno argentino y el otro británico, ubicados en posiciones diferentes (uno, comandante de Infantería; el otro, jefe de cirujanos) se unen en un punto del recuerdo. La Guerra de Malvinas concebida como una de las últimas en que el combate cuerpo a cuerpo fue central en el campo de batalla.

El saldo final dice que murieron 649 militares argentinos, 255 británicos y 3 civiles isleños. Si se miran los números en detalle, los crudos testimonios sobre la historia -que se intentó tapar después de la guerra- saltan a la vista. De los 194 muertos pertenecientes al Ejército Argentino, 16 fueron oficiales; 35, suboficiales y 143 fueron soldados conscriptos. El desamparo de los jóvenes argentinos después de la pelea desde las trincheras, en las mesas de cirugía, en el lugar de cautiverio, una vez muertos y abandonados en las fosas comunes, se reviven en los testimonios del capítulo “Fuego”, del libro Voces de la tempestad, de Adriana Groisman.

La reportera gráfica buscó en el paisaje de la tragedia los vestigios de la guerra. Una cantimplora cruzada por una bayoneta como si fuera un cuerpo más. Mantas abandonadas y demasiado finas para el frío que se vive en las Islas.

Carlos Robacio, el comandante argentino en Monte Tumbledown, reconoce la valentía de los conscriptos y realiza una autocrítica a las Fuerzas Armadas. Rick Jolly, el cirujano en jefe de Ajax Bay -el frigorífico abandonado que se transformó en hospital de campaña-, cuenta las formas de morir y sobrevivir que vio desde su mesa de operaciones.

Rick Jolly

Cirujano en jefe en Ajax Bay

“Todos los cadáveres argentinos terminaron en una fosa común. Nadie hizo ningún intento de ponerlos en bolsas individuales o certificar la causa de muerte, ni nada. Así es como una gran proporción de esos cuerpos terminaron directamente en un hoyo en la tierra.

“Como médicos, no nos importaba quién era la persona que teníamos enfrente sino la gravedad de sus heridas. A mi regreso a Inglaterra, siempre me preguntaban: “Atendiste algunos argentinos, ¿no es así? ¿Qué habrías hecho si te hubieran llegado dos soldados gravemente heridos al mismo tiempo; uno argentino y el otro británico? ¿A cuál hubieras operado primero?” Yo les contestaba: “¿Cuál era el herido más grave?” Pero si un argentino llegaba levemente herido, no lo operábamos durante el día porque era cuando podía atacar la Fuerza Aérea Argentina, y nosotros teníamos dos bombas de 450 kilos sin estallar en el propio techo de Ajax Bay (el frigorífico abandonado que fue usado como hospital de campaña británico). No veía por qué mis hombres tenían que poner en riesgo su vida durante el día, bajo esta amenaza. Así que esperábamos hasta que anocheciera, cuando los argentinos no volaban, y entonces operábamos a todos los heridos leves.

“En el sector de los prisioneros de guerra había un médico argentino que quería ser cirujano, así que le dije: “¿Por qué no venís y observás las operaciones, así podés ayudar?” Vino y como a las cuatro de la tarde me pidió que lo excusara. “¿Es muy difícil para vos?”, le pregunté. Me contestó: “No, es que nos dan de comer a las cuatro”. Le ofrecí cenar conmigo, y cuando llegó la hora, nos paramos al final de la fila y él se empezó a impacientar. Le pregunté: “¿Qué te pasa?” Me respondió: “No entiendo por qué esta gente se salta la fila”. Le expliqué: “No, no es así, vienen de la sala de operaciones cuando pueden para agarrar algo de comer; ellos son más importantes que nosotros”. Y entonces me dijo: “Pero vos sos el jefe”. Él no estaba capacitado para entender esa actitud.

“También nos enojaba ver cómo las raciones del Ejército argentino eran de dos tipos: una para los oficiales, que tenían más variedades de carne y una botellita de whisky y todas esas tonterías que les ponían como una estampita religiosa, mientras que el paquete de raciones de los conscriptos comunes carecía de muchos de estos artículos.

“Su falta de igualdad se hizo evidente cuando trajeron a un soldado argentino muy malherido a causa de una trampa cazabobos que habían colocado los argentinos en Goose Green. Casi no nos quedaba sangre. Mi técnico fue a buscar voluntarios. Alguien le informó a Ítalo Piaggi (el comandante argentino de Goose Green), quien dijo que pararan y entró al quirófano acompañado del Jefe del Estado Mayor.

“Con mis manos cubiertas de sangre le dije: “Estos son sus hombres y están malheridos; necesitamos sangre y necesitamos mucha”. Me corrí para mostrarle a los heridos y cuando vio la nariz aplastada y los pómulos prominentes del soldado campesino-indio, casi se pudo oír su estallido emocional. Entonces preguntó: “¿Cuánta? ¿De qué tipo?” En Goose Green nadie les dijo a los británicos “no toquen esa pila de estantes porque tiene una trampa cazabobos”, y entonces pasó lo inevitable. Les pedimos a sus muchachos que las movieran: ellos eran prisioneros de guerra, así que era perfectamente razonable pedirlo, porque estaban justo apoyados contra el sitio y ¡pum! Un hombre muere, otro queda con el abdomen abierto y las tripas salidas. Quedó sentado en medio del fuego y con los intestinos friéndose y la grasa que saltaba y producía burbujas… Uno de mis paramédicos iba caminando con su fusil y vio lo que estaba pasando; dejó el fusil a un lado, corrió hacia allá y sacó a uno de los heridos fuera del fuego. Luego se dio vuelta para sacar al otro, al que tenía las vísceras al aire. Estaba en un grito agudo porque el fuego le estaba sacando el aire de los pulmones y los conductos nasales y la laringe se le habían estrechado a causa del fuego, por lo que el grito era muy, muy agudo. Lo sé porque soy patólogo forense. El paramédico no lo sabía; solo recogió el fusil, lo amartilló y le disparó dos tiros en la cabeza… Un acto de amor hacia un hombre que estaba condenado”.

Carlos Robacio

Comandante, Monte Tumbledown

“En Tumbledown estuvimos cuarenta y cuatro días cobrando sin poder devolver nada. Eso es muy desgastante. Era una intranquilidad permanente porque no sabíamos si en los segundos siguientes íbamos a estar vivos. Las bombas caían permanentemente, sobre todo de noche. Eso destruye el espíritu. En la guerra, el infante es el más desgraciado. Está siempre sufriendo, esperando. Son los que más sienten el frío, el hambre, la incertidumbre. Nunca sabíamos cuándo comenzaría el combate. Eso desgasta más que la lucha.

“Tenía que tratar de que los soldados se animaran. Un comandante que no quiere a sus hombres no puede comandar porque no piensa en ellos. No son máquinas para hacer lo que uno desea, son hijos que están peleando. El hecho de que un hombre vea a su comandante compartiendo el pozo es moralmente muy importante. El mando no es por las carreteras, lo es porque quien comanda es capaz de convocar a sus hombres. El soldado que es inteligente es el que más rinde. El corajudo es importante también, pero normalmente logra poco. El que no es profesional, como nuestros conscriptos, hace lo contrario, en cuanto al mérito. Las Fuerzas Armadas, como institución, nos equivocamos: dejamos de lado a los conscriptos, esos que estuvieron en la batalla, que se habían comportado eficazmente, aun los que se quebraron, porque ya habían hecho sobrado mérito para tener el agradecimiento de la Argentina. Pero cuando llegaron al continente recibieron el rechazo de las Fuerzas (Armadas) y de la sociedad.

“De nuestros adversarios admiré el valor, fundamentalmente de los escoceses. Diría que de ambos lados se combatió épicamente. Creo también que fue la última batalla convencional, donde ambos mandos respetaron el derecho de la guerra a rajatabla. Total. Absolutamente. Lo que no quiere decir que la batalla no fuera cruenta. Fue muy cruenta y muy dura. El combate cuerpo a cuerpo es tremendo. El hombre sabe que el que dispara primero -o el que usa mejor la bayoneta- es el que sobrevive. El enemigo más próximo que tuve estuvo a ciento cincuenta metros. Por eso digo que la Infantería es la reina de las batallas. Porque el que no ocupó, no ganó nada; pudo haber roto y nada más. Los que han pasado por esa instancia maduraron de prepo. Esos jóvenes, de uno u otro bando, que se enfrentaron y estuvieron entre la vida y la muerte en medio de la oscuridad, en donde a veces uno puede hasta confundirse si el que tiene enfrente es propio o enemigo, lo dieron todo”.

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