Para el juez del Lava Jato, "la justicia que tarda es una justicia que falla"

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La voz profunda, la mirada perdida en alguno de los miles de volúmenes que visten la sala de conferencias del Colegio de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires, y un puñado de palabras sencillas que le alcanzaron al juez federal brasileño Sergio Moro -principal magistrado de la megacausa de corrupción política y económica conocida como Lava Jato- para expresar su idea más profunda sobre la justicia: “el inocente debe irse a su casa, y el culpable hacia la cárcel”. Tan sencillo como eso. ¿Imposible?

En Brasil teníamos cierta tradición de impunidad para los delitos de los poderosos, que utilizaban sus influencias y las debilidades del sistema judicial para zafar”, explicaba ayer Moro, en la primera de las actividades que desarrollará en Buenos Aires, invitado por el MInisterio de Justicia nacional y el Colegio de Abogados que conduce Guillermo Lipera. Admirador del proceso italiano Mani Pulite, que atacó a la corrupción mafiosa en los 90, Moro destacó que para lograr el éxito es necesaria la activa participación de los Poderes Ejecutivo y Legislativo, de las organizaciones de la sociedad civil y también de la opinión pública, a través de los medios.

El periodista Marcelo Longobardi le preguntó sobre la “delación premiada”, herramienta procesal que desató un huracán en esta causa iniciada en marzo de 2014 con la investigación por lavado de dinero sobre tres “cambistas” de dólares y agentes financieros, el juez paranaense admitió que fue clave, aunque no la única. “Hicimos seguimientos financieros, tomamos testimonios y pedimos cooperación a otros países, pero la delación -equivalente a la figura del arrepentido en Argentina- fue una bisagra: así pudimos pasar de un caso individual a descubrir vínculos que descubrieron un esquema penal criminal de proporciones trasnacionales. Lo que yo llamo corrupción sistémica“. Moro contó entonces otra pata fundamental de su mesa: la cooperación internacional, que su juzgado obtuvo principalmente desde Suiza y Estados Unidos.

Dada la velocidad de la acumulación de pruebas, los acuerdos de delación y la firma de órdenes de detención- Longobardi quiso saber cómo hace el juez para investigar a políticos que aún están en la función pública. Moro sonrió: “la justicia que tarda, es una justicia que falla.” Punto. Y seguido: “la clave que está en el enfoque”. Ese enfoque del que habla es el modo de abordaje de la justicia ante el pestilente océano de corrupción que fue descubriendo a su andar.

El juez contó entonces las diferencias procesales entre Brasil y la Argentina: allá, los jueces -Moro trabaja con un equipo de quince personas- sólo ejecutan los pedidos de la fiscalía y los abogados de las defensas. No existe la figura del “juez de instrucción”, que investiga los casos por su cuenta. Con el avance de los casos relacionados con la operación Lava Jato, la justicia brasileña también tomó otras decisiones clave: los delitos que no involucraran a legisladores nacionales -que son derivados directamente a la Corte Suprema nacional- serían investigados en el tribunal de Curitiba que conduce Moro. Esta concentración permitió evitar la dispersión en la investigación de hechos que, aislados, no permiten vincularlos con operaciones de corrupción sistémica más grandes. A fines de 2014, además, la justicia decidió que Moro sólo trabajase en los casos relacionados con el Lava Jato. Una medida similar tomó la policía federal respecto a las unidades investigativas que trabajan en la búsqueda de pruebas para esta megacausa. Todas estas son, al fin, condiciones clave que permitieron el avance de la investigación hasta tocar las cotas sorprendentes que tienen en vilo a Brasil y admiran al resto de América

Hubo más preguntas, más ejemplos. Los intentos por frenar su ímpetu con trabas o la amenaza de una amnistía para los políticos y empresarios procesados y encarcelados, por ejemplo. Y tras una hora y media en la que no voló una mosca, el aplauso cerrado de funcionarios nacionales -el ministro de Justicia Garavanjo, la titular de la OA Laura Alonso, el secretario Legal y Técnico José Torello-, bonaerenses, como el ministro de Justicia Gustavo Ferrari; jueces -los camaristas de Casación Hornos y Borinsky, el ex titular de Magistrados Recondo, entre otras decenas- y fiscales, como Carlos Rívolo, despidieron al juez Moro con una mezcla de admiración y envidia.

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