Pablo Avelluto: "El Ministerio de Cultura no es el ministerio de los intelectuales"

0
104

[ad_1]

-¿Fue más difícil de lo que pensaba?

-Uno aprende, uno aprende. Y hay al mismo tiempo la ilusión que está intacta. La verdad es que me costaba imaginarme cómo era ser ministro. Lo que sí sé es que es fascinante. Es la experiencia de mi vida.

-El cruce en la apertura de la Feria del Libro con el presidente de la Fundación El Libro no pareció fascinante…

-El presidente de la Fundación El Libro, Martín Gremmelspacher, me aludió personalmente, me dijo “usted ministro…”, responsabilizando al Gobierno de que no había hecho nada por la situación del sector…que se había agravado, que era uno de los momentos más difíciles de la historia, que el tiro de gracia era ese presunto proyecto de ponerle el IVA a los libros. Yo había pensado un discurso para señalar la enorme cantidad de cosas que hicimos en el Ministerio y en otros ministerios. Ahí me acordé lo de Beatriz Sarlo a Barone y me salió eso de “Conmigo no”. No es la peor crisis de la historia: hubo megadevaluaciones, hiperinflaciones, dictadura… Hasta hubo una acusación de que el sector está en un momento “terminal”. ¿Y el 2001, y la crisis del Tequila? Acepto que fue un año malo porque cuando baja el consumo general, baja el de libros, aunque en el último tramo del año hubo una recuperación, admitida por mis amigos editores. Dos cosas más:no hay iniciativa de ponerles IVA a los libros y la cita de Sarlo fue deliberada: aunque pensamos distinto, no hay grieta. Tenemos una relación amistosa.

-¿Cambió mucho este año?

-Mi vida cambió, sí, claro. La exposición pública. Y la exigencia: es un trabajo de 24 horas los 7 días. Y encontrar cómo estar solo en algún momento. Caminar solo por la calle.

-¿Lo reconocen, le dicen cosas?No creo que sean todas rosas…

-Algunos me miran con cara de “a éste lo tengo visto”. En una época había recibido una amenaza, tuve que hacer la denuncia y tuve custodia. Me pasó una cosa rarísima: iba a una galería de arte acá cerca y un hombre me sigue y entonces cuando paro el tipo para, como en las películas y digo: “Me van a afanar en la cuadra del laburo”. Y cuando me doy vuelta me doy cuenta de que era el custodio. Listo, no tengo más custodia. Pero salir a la calle es fundamental.

– ¿Piensa “si hoy tuviera que asumir, todo lo que sabría”?

-Nadie te enseña a ser ministro, no hay escuela. Hay que saber mucho de la administración del Estado, mucho. La normativa, cómo se hacen las cosas. Aprendí que hay mucho talento encerrado en las oficinas públicas. Mucho, pero mucho de verdad.

-Parece una declaración políticamente correcta esa.

-No lo es. Porque ¿sabés quiénes te enseñan? Los viejos funcionarios de la casa. Muchas veces ellos se acercaron a advertirme que estaba metiendo la pata, o que podía correr algún riesgo si hacía las cosas de una manera o que ya otro las había hecho así y no habían salido bien.

-El ministro de Cultura en la Argentina suele convertirse en una personalidad pública conocida, es una gestión a la que se le presta atención. ¿Por qué?

-Creo que el tema cultural es una caja de resonancia de otros debates, es un lugar donde podemos debatir política. Muchos de los que discutían las medidas en torno al Instituto de Cinematografía en realidad estaban discutiendo acerca del Gobierno, elogiando al gobierno anterior. Muchas veces las discusiones sobre el pasado son discusiones sobre el presente.Como cuando cerramos el Instituto Dorrego: el Instituto había sido creado por Cristina Kirchner, estableciendo que una doctrina historiográfica tenía que tener un tratamiento especial por parte del Estado. Yo no estaba de acuerdo. Pero ¿qué estábamos discutiendo? Nos decían: “El Gobierno quiere imponer la historiografía de Mitre como historia oficial”, cosa que no es cierta. Trabajamos con temas donde interviene lo simbólico, intervienen mucho las visiones sobre la sociedad.

-La gestión empezó con una sacudida muy fuerte que fueron los 500 despidos. Luego hubo reincorporaciones y también entró gente nueva. ¿Ahí arrancaron a trabajar?

-Todos fuimos descubriéndonos. ¿Quiénes eran estos tipos que venían a hacerse cargo de un ministerio donde hacía doce años que el signo político era el mismo?

-Y además el sector cultural fue de los más resistentes al PRO.

-Esa discusión es interesante. ¿Para quién es el Ministerio? ¿Es para el sector cultural, para los intelectuales, para la gente? Ese es un punto. No es el ministerio de los intelectuales.

-Pero la llegada no iba a ser fácil.

-Siempre soy optimista en relación a nuestra especie. Pienso que las personas son buenas y van a ser capaces de disolver sus prejuicios, más allá que tengamos diferencias, como en cualquier orden de la vida.

-¿Y eso ocurrió?

-Bueno el nivel de prejuicio entre nosotros es muy alto. Y no hablo de prejuicio político solamente. Prejuicio cultural, prejuicio intelectual. Y la verdad es que si hay algo que a mí desde chiquito me entusiasmó es el desmantelamiento de los prejuicios.

-¿Qué pasó de chiquito?

-Mi papá era hijo único de madre soltera, nacida en la década del 30, su mamá era planchadora en las casas de la aristocracia porteña de acá, de Recoleta. Mi papá era hijo único, casi no conoció a su padre que era músico de tango, un melodrama así… Madre soltera, mi viejo no pudo terminar la primaria, a pesar que después fue un tipo muy culto. Mi mamá en cambio es hija única del segundo matrimonio de una señora viuda, judía, sefaradí, que había tenido seis hijos con un señor judío ashkenazi. Después se casó con un goi (un no judío) y el prejuicio estaba muy marcado en la familia, de ambos lados. Es decir, ya mi abuela empezó a hacer las cosas mal.

-¿Ese origen tuvo que ver con su conformación ideológica?

-Sí, seguro que sí. Una incomodidad con las certezas. Estuve en la creación de una revista en el Carlos Pellegrini al final de la dictadura y me metí a estudiar una carrera que recién abría, Comunicación.

-Yahí, en los primeros años de la democracia, formó una agrupación por afuera de los partidos tradicionales. Como después el PRO.

-Creo que hubo una sociedad subestimada, que generó nuevos grupos o expresiones políticas resultantes de esa subestimación. Hay mucho de subestimación en la política argentina, hay mucha subestimación sobre Cambiemos, sobre Macri. No somos un partido con cuadros de dirigentes históricos en las paredes. Como no venimos del club, digamos, somos aún hoy, con muchos años de trayectoria, el compañerito nuevo.

-¿Lo siguen siendo?

-¡Sí! Se organiza una marcha y decimos: “Vayan si quieren; si no, todo bien igual”. ¿Qué haría otro partido? Te juntan micros, van, organizan, logística.

-Lo saben hacer.

-Por supuesto, lo han hecho durante muchos años y ha sido un modo de expresión política. El problema es que parece que ya no es el único. Y no sólo no es el único, parece que hay muchos sectores de la sociedad que miran con cierta simpatía otros modos, ni siquiera digo que esos otros modos sean monopólicos de Cambiemos. La política interpreta la transformación de la sociedad, pero la sartén por el mango la tiene la sociedad. Digo, no los políticos. Eso descoloca por ejemplo a muchos de mis amigos intelectuales que construyen una visión, intentando poner una esfera en un cubo o un cuadrado en un círculo. No te entra. Entonces dicen: “Son de derecha”. ¿Y sabés qué? No.

-¿No?

-No. “Son esto, lo otro”. La lista de epítetos podemos hacerla larga. Y no. Certezas no. Puede ser que yo no tenga la resolución a cierto problema y sí lo tenga la sociedad, los que trabajan en el campo. Se trata de escuchar, no de ser un gran orador. Hasta quienes estaban en contra de ellas decían: “Ah, qué buena oradora es Cristina”. El punto ahora no es hablar bien, es escuchar lo que los otros necesitan. En un caso el líder habla y en otro el líder escucha. Esta parece ser una época en la que la demanda tiene más que ver con la escucha.

-¿Esta idea está basada en un modelo comunicativo? ¿En vez de radio con un emisor y un receptor, redes, interacción?

-Puede ser. Se burlan de nosotros por los timbreos, pero es importante escuchar a la gente.

-Es que a veces parece que la comunicación decide la acción. Matan a un chico y ahí lo tenemos a Macri llamando por teléfono. Y tenemos la foto. ¿Habla para la foto?

-No es que el Presidente llame para la foto, es que el Presidente llama y en algún caso se hace una foto. Pero lo importante es el contacto directo, es escuchar.

-¿Estaba preparado para que una asamblea de cineastas pidiera su renuncia?

-No. Mi explicación de todo eso tiene que ver con el prejuicio. ¿En qué cabeza cabe que yo lo que quiero es que no se hagan películas? Lo que quiero es que no se lleven la plata de la película para otra cosa. Hay desde hace muchos años en nuestro país un estado de sospecha sobre la administración de los fondos del Instituto de Cinematografía. No empezó ahora. Pero la lógica del prejuicio sí me sigue impresionando. El otro día decían que nosotros les queríamos cobrar entradas a los viejitos y los niños y faltaban que dijeran “a los paralíticos el doble y a los enfermos de cáncer también les van a cobrar la entrada”.

-¿Por qué pasa?

-Es que “yo quiero que el otro sea como a mí me conviene que sea”. Pero ¿sabés qué? Nosotros no somos así, no somos eso. Los contextos de interpretación pueden hacer que una decisión sea interpretada en función de un interés que no existe: eso se llama “prejuicio”. Lo mismo pensaban de mi abuela, lo mismo pensaban de mi abuelo, de mi mamá, de mi otra abuela.

Aquel joven zumbón que reniega de las certezas

No fue tan simpática la aparición del Movimiento Escéptico de la Comunicación.Eran los primeros años de la democracia, teníamos la piel sensible, queríamos que la tortilla se volviera. Era feliz volver a ver -para algunos, ver por primera vez- banderas partidarias, cantos, consignas, paredes pintadas, carteles en la facultad, el fin de “El silencio es salud”. Y aparecieron, en la Facultad de Comunicación, unos muchachos que, como en chiste, se burlaban de los partidos pero, ah, se metían en política.

“Tiene que ver con lo irreverente, que nos marcó a muchos en los ‘80. Por entonces los grupos políticos universitarios tradicionales tenían un lenguaje político tosco y poco atractivo heredado de los ‘70. Buscamos diferenciarnos de eso de un modo irónico sin dejar de preocuparnos por la política”, dice ahora Pablo Avelluto, uno de los impulsores de esa movida. ¿Qué hicieron? Lo cuenta él: “Fascinados con la Escuela de Frankfurt, decidimos adoptar un filósofo inventado, el legendario Kurt Skötzelkind, amigo entrañable de Theodor W. Adorno y Walter Benjamin, insólitamente exiliado en Rosario desde el advenimiento del nazismo. Skötzelkind escribía aforismos y, de algún modo, había preanunciado la posmodernidad, otro concepto de moda por entonces. Sus aforismos salían publicados en una revista juvenil de la época, llamada Caín”.

Le fue bien. El MEC (sí, MEC, siga la sigla con lo que está pensando) se presentó a las primeras elecciones para el centro de estudiantes de esa carrera y ganó entre los estudiantes de primer año. Avelluto se convirtió en el primer secretario de Cultura del Centro de Estudiantes, hace unos 30 años.

Por esa época escribía en la revista El Porteño. En una de sus notas hablaba de sus padres. Del mundo de certezas en que vivían. “Quisiera ser como ellos”, decía. Pero decía que era imposible. El no recuerda la nota: “Pero me reconozco, no hay certezas”.

Casi siempre tuvo puestos directivos. Antes de cumplir los 30 fue Jefe de Prensa de la editorial Espasa Calpe y enseguida, gerente de la editorial Planeta. En 2001 trabajó en el rediseño de la revista El Gráfico, que implicó alrededor de 50 despidos. El tema sería recordado en enero de este año, cuando llegaron 500 telegramas en el Ministerio de Cultura. Aunque los últimos datos muestran que el gobierno actual incrementó la plantilla de empleados públicos, Avelluto dice que en Cultura hay 650 personas menos, entre los despedidos y los que “se fueron solos”. Hubo quienes creyeron que la irrupción mediática de la denuncia contra Alejandro Cacetta fue una maniobra contra Avelluto, que -por la forma en que se dio- le estallaría en las manos. Pero Mauricio Macri le palmeó el hombro en público y terminó fortalecido. Ahora dice que éste es “el cargo de su vida”. Veremos.

ITINERARIO

Nació en Buenos Aires el 18 de febrero de 1966. Estudió en el Colegio Carlos Pellegrini y después siguió la carrera de Ciencias de la Comunicación. Hizo radio en El Bulo de Merlín, una radio “libre”.

Fue director de la unidad de negocios de publicaciones periódicas de Torneos y Competencias y gerente de la editorial Estrada. Luego dirigió la Región Sur de Random House Mondadori Argentina, la sección regional de una de las editoriales más grandes del mundo. Integra el PRO desde 2012. Fue Coordinador General del Sistema de Medios Públicos de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y fue electo al Parlasur. Tiene tres hijos.

Al toque

Un proyecto: Que el INCAA sea una institución transparente y ejemplar.

Un desafío: Lograr reducir el nivel de prejuicio en la sociedad.

Un sueño: Aprender a tocar el piano.

Un recuerdo: El de mi padre, claramente; él que no había terminado la primaria, no llegó a ver a su hijo como universitario ni ministro de Cultura. Seguramente, hubiese estado muy orgulloso.

Un líder de hoy: Mauricio Macri.

Un prócer: Sarmiento. Hizo y tuvo visión.

Una sociedad que admire: La canadiense.

Una persona que admire: Marcos Peña.

Una comida: Milanesa con papas fritas.

Una bebida: Jack Daniels.

Un placer: Todos son privados.

Un libro: El correcto políticamente es Ficciones, de Borges. El realmente importante para mí es Pastoral Americana, de Philip Roth.

Una película: Apocalipsis Now.

Una serie: Doctor House.

[ad_2]

Fuente

DEJÁ TU COMENTARIO

¡Por favor, ingresá tu comentario!
Por favor, ingresá tu nombre aquí