Adiós a Miguel Angel Bastenier, un "intelectual" del periodismo

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Miguel Ángel Bastenier era un latinoamericano que nació en Barcelona y murió ayer en Madrid a los 76 años. Tú decías Bastenier y te respondían, con admiración y alegría, miles de periodistas latinoamericanos, jóvenes y veteranos, que coincidieron con él en escuelas, aviones o boliches. Él sabía, como español ilustrado que era, que el mejor periodismo que se hacía en esta lengua provenía, desde antes de García Márquez, de América Latina. Y ese continente que Gabo hizo fantástico fue la piedra angular de su dedicación como maestro.

Aunque era oblicuo de carácter y parecía antipático porque hablaba con las cejas altas, era un pedazo de pan, a veces de pan muy duro. Era un intelectual del periodismo, un maestro. Dominaba el arte de contar y el arte de editar: un texto ajeno, en sus manos, cobraba otra dimensión, como si lo abrillantara con la memoria de la experiencia. Y era rapidísimo; he escuchado que era (casi) el periodista más rápido del mundo, seguido seguramente por Manuel Vázquez Montalbán. Y no sólo era rápido para escribir: era rápido para pensar, para hacer crucigramas, para disparar, en Twitter, la mejor definición de cualquiera de los géneros en los que dictaba lecciones como si en su memoria estuviera la enciclopedia entera del periodismo.

Bastenier era un periodista de todas las cosas: nada le era ajeno, ni el ciclismo, ni el atletismo, ni el tenis, ni Trump, ni Putin. Ni la política internacional. Ni la literatura. Ni el boxeo. Nada: pregúntele a Bastenier, él lo sabe todo.

Había sido subdirector del diario El País de España y todavía seguía colaborando allí. Era un experto en América Latina; se la conocía como los crucigramas, palabra a palabra. Por recalar en algún sitio, fue a recalar a Colombia, y lo hicieron colombiano. Se dejaba querer por todo el mundo y Colombia decidió quererlo, como periodista y como ciudadano. Su trabajo en la Fundación Nuevo Periodismo de García Márquez lo consolidó como un maestro universal en el mundo hispanoamericano, allí tuvo alumnos de todas las edades y de numerosos procedencias. En el continente donde la palabra maestro se usa tanto, en el caso de su aplicación a la presencia de Bastenier puede decirse que le fue como anillo al dedo.

Era un maestro en el sentido más preciso del término: todo lo que aprendió, y lo que seguía aprendiendo, lo vertía en clases a las que los alumnos iban como si fueran a escuchar un libro de Stefan Zwieg o una novela de Dickens. No había conocimiento (historia, política, deportes, así hasta las crucigramas) que se le escapara, y de todo discutía, hasta de la comida, porque siempre tenía, como los periodistas de antes, una anécdota o un dato.

Un detalle que parece de arqueología del periodismo: era como Domingo Savio, el primero en llegar a la Redacción, el último en irse. En estos tiempos en que la gente se ahuyenta a sí misma de las redacciones, él se sentía en ellas inmortal y feliz.

Es muy difícil adaptarse a la ausencia de periodistas así. Y cada vez es más evidente que el periodismo los está perdiendo. Bastenier era un símbolo del periodismo feliz. Envidiable pasión, periodista de envidiable destreza

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