Danza con lobos (marinos)

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Estaba yo, una brumosa mañana de fin de marzo, a bordo de una lancha, escuchando atento las explicaciones de Marcelo Echeverría (57), buzo deportivo desde 1974, capitán de la embarcación y responsable de la excursión. Habíamos salido minutos antes de la playa céntrica de Puerto Madryn rumbo a la lobería de Punta Loma, 20 kilómetros al sur de esa ciudad patagónica.

Snorkel con lobos marinos, cronista Pablo Vaca

Aprendí en el trayecto que los cormoranes van camino a dejar de volar porque cada vez bucean mejor y que hacen sus nidos con algas y sus propios excrementos, y que a los lobos marinos machos se los reconoce porque fuera del agua apuntan con su hocico hacia el cielo: su cabeza pesa demasiado y la postura más cómoda para ellos es esa. Ya tenía puesto el grueso traje (7 milímetros) de neoprene y apenas amarramos en una boya frente a la lobería, me puse las patas de rana (aletas), el “casco” (la gorra del traje) y las antiparras con el snorkel adosado. Y al agua pato.

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Ahora bien: resulta extraño que con tanto prestigioso colega especializado en ciencia aún no se haya publicado esta noticia. Porque incluso con un desconocimiento casi absoluto de biología me veo compelido a afirmar que lo que será relatado a continuación debería ser titular destacado de las revistas Nature, Science y/o National Geographic. Es más, sorprende que don Charles Darwin no se haya dado cuenta en su periplo sudamericano de algo que a este ignaro cronista le resultó evidente a los cinco minutos de tenerlo frente a sus ojos. La cuestión, para no dar más vueltas, es que ese animal al que todos llaman lobo marino de un pelo (otaria flavescens, también conocido como león marino, por la melena de los machos grandes)… ¡en realidad es un perro!

Admito que no hay can que llegue a pesar 300 kilos, se alimente exclusivamente de criaturas marinas, pueda permanecer sumergido casi diez minutos y que tenga aletas en lugar de patas, pero las criaturas que habitan en las costas cercanas a Madryn (así como en playas de Brasil, Uruguay, Chile, Perú y Ecuador) no dejan lugar a dudas sobre su auténtico origen genético: bajo ese grueso pelaje, que casi les cuesta la extinción, se esconde el mejor amigo del hombre. No hay otra explicación posible.

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La cuestión es que una vez en el agua sobrevinieron unos primeros minutos de aclimatación. Sin nada de frío, pero con la rara sensación de nadar embutido en un traje tan grueso que te hace flotar como un enorme salvavidas. Además, hay que respirar por la boca a través del tubo. Y de pronto, ahí nomás, aparecieron ellos. Curiosos, con sus ojos saltones y un millón de veces más hábiles que uno en el agua. Al principio da cosita tocarlos. El guía había avisado que si dejábamos las manos sueltas y no hacíamos movimientos bruscos, los lobos se iban a acercar solos. Así fue. El hombre sabía lo que decía. Y vuelvo al principio: estas criatura casi recién nacidas (sus madres los habían parido un mes o dos atrás) se comportan exactamente igual que un cachorro (de perro). Nadan alrededor, se dejan acariciar la panza, la cabeza, mordisquean juguetones la mano del turista, se alejan veloces y vuelven. Incluso el sonido que hacen tiene algo de ladrido. A los ojos de un distraído, parecen entrenados. Pero no: hasta está prohibido darles de comer y la excursión debe respetar un cupo diario para el total de los operadores turístico.

La cantidad de lobos presentes varía a diario y según la época del año. En la primavera, por ejemplo, la escena está dominada por los machos grandes, que pelean salvajemente para armar sus harenes y así reproducirse. Ahora, en otoño, es el turno de las pequeñas crías, que están aprendiendo a nadar. Con mucha suerte, llegarán a los 50 años, escaparán de muchas orcas y comerán muchas anchoítas y pulpos.

Y jugarán hasta hartarse con turistas como yo, que admirarán fascinados a estos animales que parecen bestiales y salvajes pero que tienen mucho de dóciles y mimosos. Igual, igual, a mi amado perro Bret.

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La apuesta de Puerto Madryn a convertirse en referente criollo del turismo de aventura avanza a paso firme. Entre el ya tradicional avistaje de ballenas (que se realiza de junio a diciembre) y las también clásicas actividades acuáticas como el buceo con tanque, se destacan propuestas como hacer snorkeling con lobos marinos, que se practica todo el año y no requiere brevet de buceador. Cuesta $2. 500 y la ofrece la gran mayoría de los operadores turísticos de la ciudad.En el caso de Clarín, gracias a las amables gestiones del Ente Mixto de Promoción Turística de Madryn, se utilizaron los servicios de Madryn Buceo (www.madrynbuceo.com). La salida se realiza todos los días, con la marea alta, y rara vez se cancela por mal tiempo.En total, dura unas tres horas. Para más información sobre actividades allí: www.madryn.travel.

En tanto, para llegar hasta la ciudad chubutense, Andes es la única aerolínea que va desde Buenos Aires al aeropuerto de Puerto Madryn. Tiene vuelos regulares de lunes a viernes, y los pasajes cuestan desde $ 2.274 ida y vuelta (www.andesonline.com).

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