Ecos de una guerra

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El peso de un encuentro cercano

La liviandad de volar, el sol, las nubes, el viento: cualquier intuición pueril de un cielo ligero se corrompe de lleno frente al peso infundido por el odio, en esa suerte de olla a presión que suelen describir las situaciones extremas.

Se trata de contextos especiales, cuando las metas quedan circunscriptas a un objetivo preciso. Incumplir, en consecuencia, cuestionará la entereza del hombre, al menos a los ojos de quien se ve signado por la rigidez de la verticalidad. Cumplir y sostener es la medida. Ganar, el horizonte. Así lucen las palabras teñidas de exigencia del piloto inglés David Morgan.

El día, 8 de junio de 1982. Morgan defendía, con cuerpo y armas, un grupo de buques ingleses que la Argentina atacaba desde el aire, en una parte de la isla que -paradójicamente- llaman Agradable.

“Me sentí extremadamente feliz cuando derribé el primer Skyhawk”, admite, en su relato, el piloto, mientras al mismo tiempo recalcula: “No era cruel o deshumanizado: estaba furioso”.

Su enfrentamiento aéreo con el argentino Héctor Sánchez, aclara, “se volvió personal”. Tan esencialmente personal que años después de la guerra debieron concretar un encuentro amistoso. Héctor Sánchez quería conocerlo o, como describe, “necesitaba” conocerlo: “Sólo dos personas que pasaron por las mismas experiencias pueden entender. Por eso yo necesitaba conocerlo, beber con él y compartir el relato de nuestras misiones”. Morgan había derribado compañeros de Sánchez delante de sus ojos.

“La clave de la capacitación para llegar a ser piloto de caza es no dejar que las emociones se interpongan”, enseña Morgan. Pero quién dice que no se interponen en el final de la historia.

David Morgan,

Piloto de caza de Sea Harrier

“Al ver que una barcaza de desembarco nuestra había sido impactada, sabiendo que mi tarea era protegerla y que había fallado, jamás me enojé tanto. Había resuelto matar a los pilotos. No era cruel o deshumanizado: estaba furioso.

“Si lo pensás objetivamente, no era algo personal. Pero los combates que libré con Héctor Sánchez el 8 de junio fueron extremadamente personales. Su grupo atacaba una barcaza de desembarco nuestra. Habíamos estado “sentados” allá arriba, a diez mil pies de altura, y no llegamos a tiempo. El primer Skyhawk atacó la barcaza y no dio en el blanco. El segundo sí, con una bomba grande. Ahí se me volvió personal.

“Me quedaba el combustible justo para regresar al buque cuando vi el grupo de Héctor en formación para el ataque. Vi un avión y luego otro, y luego dos más, en una fila escalonada, abalanzándose sobre la barcaza. Oscurecía.

“Bajé en picada, y mientras perseguía a uno, vi a otro aparecer a mi izquierda. Me volví y le disparé mi primer misil, a una distancia muy corta. Lo vi meterse derecho en la turbina. Después, una gran bola de fuego.

“Me sentí feliz cuando derribé el primer Skyhawk. Luego ataqué el segundo. Disparé el misil, pero él frenó y giró a la derecha, que es lo que se debe hacer. Sin embargo, el misil pasó por la nariz del avión y le dio detrás de la cabina: le voló toda la parte trasera. La cabina giró 90 grados. Sólo la cabina. No había nada tras las alas.

“En medio de la euforia, dos segundos más tarde se abrió un paracaídas justo frente a mí y le pasé apenas por debajo, muy cerca. Sentí un gran vuelco emocional: pasé de la empatía por ver el piloto vivo a un enorme enojo, mientras le disparaba al tercer avión.

“La clave de la capacitación para ser piloto de caza es no dejar que las emociones se interpongan en tu trabajo, que es claro y preciso. Yo era consciente de muchas de mis emociones, pero no había manera de expresarlas. No podías manifestarlas durante el vuelo, obviamente, y el informe de la misión al final del vuelo siempre era muy profesional y específico. Rara vez había alguna expresión de emoción, un “que lo parió” o algo así.

“Yo sólo había completado 30 de las 90 horas del curso del avión de caza Sea Harrier, por lo que me designaron auxiliar de un hombre con mucha experiencia, Gordie Batt. Iba a realizar una misión que consistía en lanzar bombas de 500 kilos sobre la pista de aviación, y estábamos utilizando, en la computadora, un programa para apuntar las bombas totalmente nuevo, que alguien había traído en el bolsillo de su campera. Como no había visto el programa, le dije a Gordie Batt: “Voy a cumplir esta misión, así que necesito instrucciones sobre el sistema de apuntado del armamento”. Se puso con un lápiz en mano sobre el tablero para darme la información, pero de pronto indicó: “… esto es una tontería, mejor yo tomo la misión y te explico todo cuando vuelva”. Le contesté que estaba bien y me fui a tomar un té mientras lo oía arrancar. Cuando despegó, un gran destello surgió detrás de mí. Giré para ver la explosión. Y era Gordie.

“Pasé más de 20 años sintiéndome culpable porque él se muriera en la misión que me tocaba.

“En cuanto a Héctor Sánchez, prestó servicio en el Golfo Pérsico como parte del contingente argentino. Ya camino a casa, pasó una semana por el Reino Unido. La primera vez que nos reunimos fue a 10 años del conflicto. Yo estaba muy nervioso. Podía ser un encuentro desastroso: él me había visto matar a dos de sus amigos. Pero lo primero que dijo cuando nos encontramos fue “no te preocupes David, nosotros estábamos haciendo nuestro trabajo”. Y luego nos abrazamos y todo anduvo bien.

“El que participe en una guerra seguro tendrá problemas emocionales. Yo me creía inmune hasta que sucedió. Fue muy difícil volver a la vida normal y tomar decisiones que no fueran de vida o muerte. Después de 18 meses sentí que me había curado solo, pero mi familia se desintegró y comencé a beber en exceso. Pasaron 10 años hasta que empecé a superarlo. Bueno, aunque no voy a volver a ser completamente “normal”. Pero al menos casi todo está bajo control”.

Héctor Sánchez

Piloto de caza de Skyhawk

“Encontrarme con el enemigo que mató a mis amigos era una necesidad: sacar un poquito el peso que se lleva en la mochila, la carga de lo que se vivió, el trauma de una guerra y las disonancias internas que te quedan después del conflicto.

“El 8 de junio fuimos cuatro aviones a atacar a los buques ingleses en Bahía Agradable. Volábamos la zona donde más temprano había sido el ataque a los buques ingleses de desembarco. Se los veía incendiados. Largaban una gran columna de humo, pero los ingleses ya habían desembarcado y tenían todo el armamento con ellos. Cuando entramos en la zona, nos tiraron con todo lo que tenían disponible: misiles, cañones antiaéreos y la propia Infantería nos tiraba con sus fusiles. O sea, todo eso se veía desde el aire.

“Tuvimos que atravesar barreras de plomo. Yo incluso sentí un par de impactos en el avión cuando sobrevolábamos la zona. Lo anecdótico era que íbamos volando tan bajo (era nuestra protección ante el adversario) que podías distinguir la figura de los soldados que se tiraban a los costados para evitar que les pegaras con el avión. Así de bajo volábamos. Emprendimos la búsqueda en el mar de los buques ingleses cuando fuimos interceptados por los Sea Harriers. Uno de los pilotos era David Smith, y el líder, David Morgan.

“En ese ataque derribaron a mis tres compañeros. Yo vi cómo derribaron a dos de ellos. Al primero, el misil le explotó en la cola y él se eyectó: todo pasó en fracciones de segundos, pero sentí un alivio al ver que se había abierto el paracaídas. Lamentablemente cayó en el agua y no sobrevivió. Un misil le pegó al avión de Vásquez en el medio: vi una gran bola de fuego y de fragmentos. Me dolió mucho y me distraje viendo cómo esos restos iban cayendo al mar.

“Nunca nos había pasado nada igual. Todas las otras misiones habían sido buenas. Cuando aterricé, vi a los mecánicos esperando a mis compañeros, y como yo sabía que no iban a volver, exploté.

“El 8 de junio me marcó mucho. Participé, estuve ahí, pero no pude hacer nada para ayudar a mis compañeros, para defenderlos… y para colmo, a los pocos días terminó la guerra, con lo que no pude tomar revancha, vengar la muerte de mis amigos atacando al enemigo. Lloré mucho. Esa fue mi última misión.

“Cuando un conflicto termina, siempre te queda un trauma. Sobre todo si perdiste la guerra. El heroísmo con el que combatimos por nuestro país todavía no fue reconocido acá. Eso es muy doloroso y se hace muy difícil para nosotros recordar todas estas cuestiones.

“Con el tiempo, empecé a leer mucho sobre el conflicto;trataba de encontrar los relatos de mi adversario. Siempre me gustó leer historias aeronáuticas de la Primera y la Segunda Guerra (mundiales), y esa idea del romanticismo del combate entre caballeros, la lucha de voluntades de dos militares profesionales apasionados por el duelo. Así empezó mi deseo de conocer a quien fue mi adversario.

“Es difícil de explicar, pero yo quería conocer a David Morgan.

“La primera vez que nos vimos fue en Londres, en la casa de Maxi Gainza, un amigo en común, y él llegó después que nosotros. Cuando entró en la casa y lo vi, apuré el paso para ir a saludarlo. Él me estiró su mano para saludarme y yo lo abracé, algo inesperado para un inglés, pero lo recibió bien. No me rechazó.

“Después fuimos a cenar a un restaurante. Ahí le pregunté: “¿Qué te pasa? Te veo muy apagado”. Y él me dijo: “A pesar del tiempo que pasó yo no sabía cómo ibas a reaccionar al encontrarme porque yo maté a tus compañeros. Yo los derribé”.

“Sólo dos personas que pasaron por las mismas experiencias pueden entender. Por eso yo necesitaba conocerlo, beber con él y compartir el relato de nuestras misiones.

“Charlamos en su casa sobre lo que aconteció el 8 de junio. Fue una descarga de ansiedad intensa. El encontrarlo me ayudó en algo, no sé si a cerrar, pero sí a calmar un poco esos fantasmas. Algunos no se van nunca, pero no podés quedar anclado a ese dolor. Reencontrarme con mi enemigo le dio algo de paz a mi alma”.

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