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Desde que llegó de Europa a mediados del siglo XIX, la uva Malbec encontró en Argentina su lugar en el mundo. El ingeniero agrónomo Michel A. Pouget fue quien la importó desde Cahors, en el sudoeste de Francia, y cambió para siempre su destino. La cepa alcanzó en estas tierras su máximo desarrollo en extensión y se convirtió en un emblema nacional.
“Es un varietal que en nuestro país ha adquirido una identidad propia, que la distingue internacionalmente”, destaca Walter Bressia, enólogo y presidente de la Cámara de Bodegas de Argentina. Las razones del éxito están relacionadas con el clima (temperaturas no tan extremas como para cortar el ciclo de la uva) y el tipo de suelo. Así lo explica la francesa Anne Bousquet, CEO de la bodega argentina Domaine Bousquet: “La vid es una planta. Hay plantas como el Cabernet Sauvignon que crecen bien en muchos lugares, pero el Malbec no. Se ve que le encanta el terroir argentino, del mismo modo que el Syrah crece bien en Australia, por ejemplo”.
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Malbec-Mendoza es una asociación inmediata. Y lógica, teniendo en cuenta que la provincia cuyana ostenta el 86% de la producción nacional. Sin embargo, la uva se cultiva en todas las regiones vitivinícolas del país, y adquiere características diferentes en cada una de ellas.
“En el norte comienza a madurar antes que en el centro y en el sur, pero su período se adapta perfectamente”, dice Bressia. La altura es clave. Thibaut Delmotte, Director de Enología de Hess Family, cuenta cómo son los Malbec que produce la bodega Colomé en los valles calchaquíes de Salta: “Tenemos los viñedos más altos del mundo: entre 2.300 y 3.100 metros. Allí la uva se protege de los rayos ultravioletas desarrollando una piel más gruesa y oscura. Eso genera vinos tintos muy intensos en color y aroma”.
En las cercanías de la cordillera de los Andes, el Malbec alcanza su máxima expresión en zonas como Luján de Cuyo y el Valle de Uco (Tupungato, Tunuyán y San Carlos). “Los suelos profundos, con poca concentración de humedad y abundante material pétreo como los mendocinos, son óptimos, y dan como resultado vinos más redondos”, señala Bressia.
Así como hace más de cien años viajó desde Francia hasta el hemisferio sur, esta uva inmigrante siguió recorriendo la geografía americana y llegó hasta la Patagonia.
Sergio Pomar, enólogo de Bodega del Fin del Mundo, detalla cómo es el Malbec que elabora en Neuquén y Río Negro. “Tiene un color bordó intenso de centro negro, aromas a frutas negras, con buena estructura y excelente equilibrio natural. Todo esto es consecuencia de la gran amplitud térmica, de los vientos, las bajas precipitaciones… Aquí la vid trata de defenderse y forma racimos más pequeños, con mayor concentración de compuestos naturales”.
Para aquellos a quienes las descripciones enológicas les resulten muy técnicas, la sommelier Marcela Rienzo aconseja entrenar el olfato. “Hay que pensar menos y sentir más. Para distinguir matices en un Malbec del norte o del sur, más ligero o más complejo, hay que tener la misma actitud que al degustar cualquier otra cepa: ser capaz de prestar mucha atención a los aromas y sabores, empezar a detectar lo nuevo, combinarlo con distintas comidas e ir conociendo de a poco el paladar propio. Porque el mejor vino es que más te guste a vos”, declara, abriendo la puerta a la experimentación individual.
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Volviendo al mapa, una rápida mirada basta para notar que todavía hay mucho territorio por explorar. Y aunque esta uva no es amiga del frío o el calor extremo, ya hay algunas experiencias en desarrollo que desafían esos límites: el varietal ya se produce en la Quebrada de Humahuaca, en zonas de climas oceánico de la provincia de Buenos Aires y en la meseta central de Chubut, donde probablemente hoy se encuentren los viñedos más australes. Así, el Malbec se vuelve cada vez más federal. Y llena las copas de los argentinos, de Ushuaia a la Quiaca.
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