Priscila Raquel Antúnez, esposa de Elian Alvez, una de las víctimas del accidente del arroyo Yazá, narró el dolor tras la tragedia. Desde Montecarlo, viajó para reconocer el cuerpo y hoy se aferra a su fe para sobrellevar la pérdida de su compañero de vida.
A tres días del trágico accidente del colectivo que tras un choque frontal con un Ford Focus cayó al arroyo Yazá, siguen emergiendo historias que exponen la dimensión humana del siniestro. Una de ellas es la de Priscila Raquel Antúnez, esposa de Elian Alvez, uno de los nueve fallecidos en el hecho ocurrido el domingo pasado. Su relato es el reflejo del duelo, la incertidumbre y el amor truncado por la fatalidad.
“No sé cómo explicarlo, no caigo realmente. Es muy doloroso, es muy feo todo lo que está pasando y encima tenemos que continuar la vida como si nada pasó”, comenzó diciendo Priscila, quien viajó desde Montecarlo hasta Oberá en busca de respuestas cuando se enteró de lo sucedido.
“Sigo pensando que voy a volver a Oberá y voy a encontrarlo a él cocinándome el guiso, tejiéndome algo en crochet o arreglando algo en la casa. Era un chico tan paciente, tan tranquilo”, continuó.
La joven relató las horas de desesperación que vivió junto a su familia hasta confirmar el destino de su esposo: “No sabíamos dónde estaba, si en el Samic de Oberá o en el hospital de Campo Viera. Fuimos hasta el lugar del accidente a buscar información. Vi en primera persona cómo estaba el puente, destruido, y el colectivo como si alguien vino y aplastó una lata. Fue muy feo”.
El momento del reconocimiento del cuerpo fue, según sus palabras, uno de los más difíciles: “Tuvimos que identificar el cuerpo, sus pertenencias, todo. Cuando fue el velorio de él me tocó buscarle la ropa y llegué al departamento y estaba ahí su tereré a medio tomar”.
Elian había decidido viajar a votar y regresar en el día para cumplir con su trabajo. “Él no había dormido en la noche para no quedarse dormido, porque yo no estaba para despertarlo. Nunca me dijo si fue sentado o parado, todo fue muy rápido. Venía a votar nada más y se iba en el día para seguir trabajando, para que no falte nada en la semana”, revivió conmocionada.
Planes de vida truncados
Con la voz quebrada, recordó los planes de vida que quedaron suspendidos: “Yo lo escogí para que sea mi esposo. Íbamos a llegar a viejitos juntos, sentarnos en la galería afuera. Son tantos planes que se desmoronaron, que hay que modificarlos. Realmente no sé cómo seguir.”
Priscila se aferra a su fe para sobrellevar la pérdida. “Como adventista, confío en una bella promesa que Dios nos acerca, que es volver a reencontrarnos. Prepararnos nomás para ese día cuando él llegue. Yo sé que Elian ahora duerme nomás”.
Entre lágrimas, describió la serenidad que transmitía su esposo incluso después del accidente: “En el velorio, su expresión facial era de paz. Literalmente así él dormía. No se dan una idea la falta que me va a hacer, lo voy a extrañar tanto”.
Priscila lo recuerda como un joven amable y detallista. En ese sentido, evocó momentos cotidianos que hoy cobran un valor inmenso: “Antes de viajar a Posadas para una actividad con la facultad, él me acercó un táper con empanadas para que coma. Me dijo: ‘Tomá, mi amor, para que tengas el almuerzo’. A la vuelta me fue a buscar a la terminal, me trajo una campera porque sabía que iba a tener frío. Y cuando llegué me cortó manzanas en forma de conejito. Tenía tantos detalles este hombre…”
“Él era una cebolla, decía yo, porque tenía capas y capas que desbloquear. Era tímido, callado, pero conmigo era otra cosa. Fue mi esposo, fue muy atento, amaba a Dios y me instaba a amarlo también a mí”, cerró.
Con información de Mol











