Al hospital de Mar del Plata llegaron obras, pero faltan médicos

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Un enfermera que recién había tomado el turno apareció con una bolsa de consorcio negra: “Ponga todo acá, los zapatos, campera, el teléfono, todo, los documentos, no deje nada, señora, ponga los anillos también”, y atónita, mi mamá se fue desprendiendo de todo. El médico le había dicho que por esa noche quedaría internada (se lastimó la rodilla en un accidente de tránsito), pero nunca dijo dónde, menos en qué condiciones. Lo dedujimos cuando la enfermera nos advertía del peligro de quedarse con algo encima: “A la mañana no encontrás nada”, nos alarmó. ¿Pero va a quedar acá, en el pasillo?”, pregunté. “Claro, pero no te preocupes que va a estar bien”, intentó tranquilizarme.

Reparaciones en la zona de guardia hospital Oscar Alende ex Regional Foto: Fabián Gastiarena

La explicación es que no hay camas. Después de todo el Hospital Interzonal de Mar del Plata es único: atiende a 16 municipios, en los que viven más de un millón y medio de personas. Pero camas hay. Las vi cuando pasé empujando la camilla/cama de mi vieja por los pasillos rumbo el tomógrafo. Nuevas, sin estrenar, las camas están arrumbadas de a dos, están ahí desde enero.

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“A veces dan ganas de ir a buscar una para acomodar a los pacientes que tienen que pasar la noche en las camillas: para sentarlos los tenemos que apoyar sobre cajas. Pero no es posible, me harían un sumario”, contó la cirujana de guardia Andrea Potes, la médica que hace 15 meses escribió una dura carta a la gobernadora Vidal.

Como a mi vieja la habían enyesado por una fractura en la tibia, una enfermera le colocó a los pies dos cajas de cartón con insumos para que mantuviera la pierna en alto. Le dieron una sábana para cubrirse y otra para que se hiciera una almohada. Nada más, y esa madrugada del 24 de abril hizo mucho frío. Luego le llevé frazadas.

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Un muchacho con su padre en las mismas condiciones que mi madre, y que se acababa de enterar que la habitación sería el pasillo junto a la puerta del concurrido baño de la guardia, estaba enojado: “Yo me lo llevo, cómo lo voy a dejar acá”, protestaba. “No tiene el alta para poder irse. Espere al médico”, le respondieron.

Finalmente, el médico llega, pero cuando puede. El traumatólogo que le dio el alta a mi mamá llegó el lunes a las 4 de la tarde, tras reclamar por él varias veces, igual que otra gente con sus familiares internados en el pasillo: una mujer que no paraba de llorar, un hombre que gimió toda la noche, un jubilado con un chichón horrible, una adolescente con su madre muy alterada, otros enfermos doloridos pero silenciosos, resignados. Y siempre nuevos pacientes, mal heridos, descompensados.

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Potes había escrito a Vidal: “Necesitamos ayuda”. Ayer conto a Clarín que luego “algunas cosas cambiaron para mejor, otras para peor”, porque el gobierno bonaerense reaccionó rápido. “Lo primero que se hizo fue mandar insumos, medicación, y las obras que se están haciendo ahora se evaluaron en ese momento. También llegó algo de aparatología, pero nunca alcanza”. Lo que falta hoy, explicó Potes, “es recurso humano” y denuncia que no hay médicos que quieran tomar los cargos. ¿La razón? “Hay un factor económico, porque si en el ámbito privado pagan el doble, es obvio. Pero no lo es todo: los salarios siempre fueron bajos. Para los que estamos acá hace muchos años (ella lleva 25), trabajar en el hospital tenía una jerarquía, era un lugar especial, uno se sentía cómodo, era muy satisfactorio. Pero ahora el trabajo es demasiado exigente, atendemos a 30 pacientes por hora. Así estamos deshumanizando la medicina, y a los médicos eso no nos gusta”.

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