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Antonio Conte es uno de los grandes vencedores de esta temporada. Agarró un Chelsea que rozó papelones en la pasada campaña (con el presupuesto más caro, como defensor del título y conducido por Mourinho terminó en la mitad de la tabla, lejos del acceso a las competiciones europeas) y armó un equipo impecable e implacable. Tras su triunfo ante West Bromwich Albion, se acaba de consagrar campeón de la Premier League, cuando aún restan dos fechas. Hay más: el 27 de mayo disputará la final de la FA Cup frente al Arsenal, en Wembley. Es decir, está a un paso lograr el Doblete más deseado del fútbol inglés. Ese que los azules de Stamford Bridge sólo lograron una vez en su larga vida de 112 años. Fue en la temporada 2009/10 al mando de otro italiano, Carlo Ancelotti. Parece un determinismo: Chelsea ganó su única Champions con Roberto Di Matteo, nacido en Suiza pero nacionalizado italiano (y representante de los azzurri).
El logro no es un milagro como el que construyó Claudio Ranieri con el Leicester, el año pasado. No es tampoco un asombro como el de aquella banda loca del Wimbledon de Vinnie Jones, a fines de los ochenta. Se trata de otra cosa: es la historia de una reconstrucción. En la última temporada, Chelsea había terminado en el décimo lugar con 50 puntos; ahora tiene 87, diez más que su perseguidor, el Tottenham Hotspur de Mauricio Pochettino, que esta fecha 35 recibirá al Manchester United.
Chelsea, campeón anticipado de la Premier League
Volvió a exhibirse en el encuentro de la consagración: Chelsea es un equipo a imagen y semejanza de Conte, aquel mediocampista que ganó 14 títulos con la Juventus y que fue finalista del Mundial 94 y de la Eurocopa 2000 con Italia. Dinámico, versátil, intenso. Cuando defiende, el equipo es granítico: el 3-4-3 inicial se transforma en un 5-4-1 con diez futbolistas detrás de la línea de la pelota (la excepción, Diego Costa o quien lo reemplace en su condición de centrodelantero). Cuando ataca es muy veloz y vertical: a diferencia del mandato obligado de posesión del Arsenal de Arsene Wenger, llega con pocos pases, con muchos jugadores y aprovechando los espacios que obliga a que el rival conceda.
Ante el West Bromwich Albion, en The Hawthorns, le costó bastante más de lo que sugería la tabla. El único gol, el de la certeza de la consagración, llegó cuando restaban apenas ocho minutos. Lo convirtió Michy Batshuayi -belga, origen congoleño- uno de los recambios frecuentes del entrenador. Más allá de la dificultad, se trató de un triunfo justo. Como el de la Liga.
Tiene otra gran virtud Conte. Convenció a los que parecían vencidos y presos de los cuestionamientos externos: recuperó a varios futbolistas (Costa, Gary Cahill y Pedro Rodríguez) y acertó en sus principales apuestas (N’Golo Kanté, elegido el mejor futbolista de la temporada, David Luiz y Marcos Alonso). Los primeros volvieron a ser los que eran; los segundos demostraron que la prensa que los señalaba como “muy caros” (en este megamercado del fútbol en el que todo tiene precios obscenos) estaba equivocada. Además, en un vestuario repleto de estrellas, Conte no dejó que nadie brillara más que el conjunto. Y no dudó al momento de tomar decisiones que podían resultar incómodas o polémicas. El perfecto ejemplo: sentó en el banco al capitán John Terry sin que esto generara conflicto.
Ahora, todos ellos juntos se abrazan de nuevo. Muestran orgullosos el trofeo. La Premier League es otra vez del Chelsea. Es la sexta que consigue el club. Conte, el hechicero que armó el rompecabezas, salta, grita, ríe. Parece uno más. Es uno más. El mejor, tal vez.
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