Federer y las victorias obligan a reeditar los libros de su vida

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“El regreso ya está”, dice Roger Federer. Sabe que este título, el tercero suyo en apenas tres meses de actividad tenística en el calendario, deja definitivamente sin efecto aquello de su “vuelta” al circuito. El 6-3, 6-4 a Rafael Nadal lo convierte en el campeón del Masters 1000 de Miami. Ya no es un cuento ni un oasis; tampoco es un espejismo inmerso en la burbuja de la temporalidad. Su nivel, su juego y estos éxitos son la más palpable realidad. Se siente al tacto en cada uno de los trofeos que levantó durante 2017, no sólo con 35 años, sino también con media temporada de inactividad encima y con la sensación -ahora sepultada en el olvido- de que sus mejores pasos en el circuito ya habían sido dados. En un puñado de semanas, el suizo ya volvió a ubicarse bien arriba en el ránking mundial (será cuarto a partir de hoy) e incluso lidera la Carrera, que sólo toma en cuenta las actuaciones de esta temporada. Está claro: el libro de la trayectoria de Federer no necesitará un mero anexo, sino que deberá ser reeditado.

El talento innato que lo ha convertido en el mejor tenista de la historia lo pone indiscutiblemente en el listado de candidatos de cada torneo. Le sobra para ganar cualquier torneo, por más mella que hayan hecho los años en su cuerpo. Sin embargo, esta actualidad supera cualquier pronóstico. Un torneo puede ganar. ¿Dos, tres, casi de forma consecutiva y tras su período de inactividad, con Andy Murray, Novak Djokovic y Stan Wawrinka -por citar sólo a tres- en picos de rendimiento? Eso sí que no lo hubieran predicho ni los Simpsons que auguraron la presidencia de Donald Trump. Porque sencillamente esta versión de Federer está a la altura no de alguna muy buena, sino de la mejor. Su arranque de año, con 19 triunfos y sólo una derrota (contra el casi ignoto ruso Evgeny Donskoy en la primera ronda de Dubai) es equiparable a los de las temporadas 2004 (23-1), 2005 (35-1) y 2006 (33-1), todos años en los que finalizó al tope de la clasficación ATP.

Si el Roger modelo 2017 es comparable al Roger de aquellas tres campañas anteriormente mencionadas habrá que decir otra verdad insoslayable: hay algo en lo que parece que se superará a sí mismo. El suizo chocó ya tres veces con el único jugador que conseguía moverlo de su eje, frustrarlo y vencerlo; lo superó en cada una de ellas, las últimas dos con una superioridad avasalladora. Con excepción de la tensa final del Abierto de Australia, en la que debieron medirse en cinco sets, los choques de Indian Wells y el de ayer no le dejaron el más mínimo resquicio a la duda. Federer pasó por encima a Nadal en dos sets en cada uno de ellos. En el Masters 1000 anterior, fue en apenas una hora y ocho minutos, mientras que ayer lo despachó en una hora y treinta y cuatro. Lleva cuatro victorias de forma consecutiva ante su némesis, la racha más larga en 13 años de rivalidad.

Llegaba el ganador de 18 Grand Slams con el favoritismo de su lado pero el descanso previo jugaba a favor de Rafa, que había despachado 6-1 y 7-5 a Fabio Fognini, mientras que Federer había tenido que sufrir hasta el cierre frente a Nick Kyrgios durante tres sets con tie break durante más de tres horas. Es más: yendo hacia atrás en el certamen, el suizo llegaba con dos partidos a tres sets a cuestas, mientras que el manacorí apenas había superado los 90 minutos en sus duelos anteriores. Pero ni eso, ni una edad que a estas alturas posiblemente podría notarse más (cuando uno ya recorrió la mitad del camino a la cuarta década y el otro recién lo arranca) fueron suficientes para detener a Federer, que pasó por Miami con el envión del éxito y arrasó con todo a su paso. Hasta dónde podrá llegar es algo que será imposible determinar. Pero está claro: con este nivel y esta mentalidad, la leyenda, ya lo bastante agigantada, podría expandirse a horizontes insospechados.

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