Pocas cosas han fascinado tanto al mundo como esta estructura llena de calles y encrucijadas donde encontrar la salida es a la vez un juego y un reto. Desde el laberinto cretense que funcionó como la prisión del Minotauro, en el que Teseo se adentró y conquistó gracias al ingenioso hilo rojo de Ariadna. Borges también se obsesionó con los laberintos, y ésta se puede vislumbrar en toda su obra, como en La Biblioteca de Babel: “Bajo los árboles ingleses medité en ese laberinto perdido: lo imaginé inviolado y perfecto en la cumbre secreta de una montaña, lo imaginé borrado por arrozales o debajo del agua, lo imaginé infinito, no ya de quioscos ochavados y de sendas que vuelven, sino de ríos y provincias y reinos… Pensé en un laberinto de laberintos, en un sinuoso laberinto creciente que abarcara el pasado y el porvenir y que implicara de algún modo los astros”.
El Laberinto Patagonia es el más grande de Sudamérica, y se encuentra en la provincia de Chubut, más precisamente, en el valle del Río Epuyén en la localidad de El Hoyo, a 15 kilómetros de El Bolsón y a 14 kilómetros del Lago Puelo. Su superficie de 8500 metros cuadrados sorprende por su color verde intenso, y sus pasillos serpenteantes, que sólo compiten con el paisaje a su alrededor, y los encantos de los bosques nativos.
Esta atracción relativamente reciente del sur Argentino -fue inaugurada el 3 de enero del 2014– recibe un promedio de 150 visitantes diarios. Doris Romera, creadora de este lugar junto con su esposo, Claudio Levi, explicó en diálogo con Infobae, que la idea original era de su marido: “En 1992, cuando nos conocimos, me dijo que su sueño era hacer un laberinto, como metáfora de la vida, como un camino, una búsqueda, un proceso interno. Como una manera de desentrañar lo más profundo del ser”. Y fue así que, con convicción y voluntad, comenzaron a materializar este sueño.
Pero la tarea, como cualquier proeza herculeana, no fue fácil. “El proceso de creación realmente fue larguísimo y laberíntico”, reconoció. “En primer lugar, había que limpiar el terreno donde está ubicado. Después se realizó la adquisición de las plantas de Cupressus (ciprés) que hoy conforman el laberinto en manojos, a raíz desnuda. Durante el primer año hubo que ‘viverearlos’ en macetas de 1 kg, y al año siguiente pasarlos a una de mayor tamaño. En ese tiempo íbamos trabajando sobre el diseño”.
Este arduo proceso le llevó a la pareja tres años -o incluso más, según explica Doris-, y el paso siguiente fue el gran momento de traspasar la idea de papel al terreno. Doris explica entre risas que esto no fue nada fácil sin celulares, ni Google Earth. Hicieron las mediciones con cinta métrica, y dos o tres ecuaciones básicas de trigonometría. Y así comenzó la verdadera “batalla naval”, la de la plantación de 2500 ejemplares que puede haber tardado un mes o incluso más, imposible saberlo, ya que “el tiempo esos días transcurría muy diferente” para ellos.
El diseño de este mágico lugar es creación de los emprendedores, y es el resultado de la confluencia de muchas expresiones artísticas, arquitectónicas y científicas, sumada a la experiencia de vida de dos personas por sobre todas las cosas profundamente curiosas. Y el desafío es simple, o por lo menos a primera vista: el visitante debe elegir qué entrada quiere tomar. Hay nueve, pero sólo una llega al centro. Las otras llegan a callejones sin salida. Para los afortunados que alcanzan el punto céntrico del laberinto, y luego de un merecido descanso, hay que encontrar la salida.
Los creadores ponen algunas reglas, explicadas en su página, que más que reglas son principios:
• La primera ley del laberinto nos dice que éste no tiene forma.
• Segunda ley: el laberinto siempre es exclusivo de quien lo transita.
• La tercera: el laberinto siempre está habitado.
• Cuarta ley: el laberinto es un instrumento de cambio.
• Quinta ley laberíntica: el laberinto es patrimonio de la humanidad.
• La sexta ley declara que el laberinto está diseñado para salir de él, jamás para quedarse en su interior.
• Última ley laberíntica: quien lo recorre es siempre un héroe.
Y las experiencias son tan variadas como increíbles. Algunos de los visitantes cuentan que volvieron por unos momentos a ser niños; disfrutan con sus amigos, hijos o nietos con la misma emoción que en la infancia. Otros a veces son obligados a entrar por la familia y no están muy convencidos, pero cuando salen tienen una sonrisa dibujada en el rostro y agradecen infinitamente a Doris y a Claudio por haber construido este magnífico laberinto. Leer los testimonios de los viajeros que arriban aquí es uno de los rituales preferidos para los que trabajan en este lugar: luego de cerrar, se sienta todo el equipo, y mientras cenan o toman algo, abren el libro de visitas, lo leen, y encuentran entre sus páginas el ánimo para seguir adelante.
Y la pareja también tiene otro ritual, según revela Doris: “Cuando todos se van, y sólo quedamos Claudio y yo, entramos al laberinto y sentimos que pulsa, que palpita. Y se debe a todas las emociones positivas de la gente que lo recorrió durante el día, como si fuese un acumulador de toda esa energía. Hay que estar ahí para comprenderlo; es mágico”.
Es por eso que no se arrepiente ni por un instante de haber construido este laberinto, y recuerda con alegría esas horas, meses y años de limpieza y plantación: “El camino fue arduo. A veces las ideas o los sueños quedan en un limbo, y otras veces es tan fuerte el impulso que no queda más remedio que plasmarlo en la realidad”.