Cuando se lo contó a su padre, él, por temor a que no le dieran acceso a esa opción, le sugirió que se preparara para ser azafata. “Creo que las mujeres no pilotean”, argumentó el padre. Sin embargo, no bajó los brazos. Pasó meses averiguando cuál era el mejor camino para lograr su sueño.
Hoy, a sus 32 años, Mariela Santamaría es la única mujer argentina que pilotea el gigante de los aires, el histórico avión Hércules, que mide 30 metros de largo y puede llevar más de 20.000 kilos de carga. “Ser piloto de este tipo de avión ya es un gran logro para mí. Pero quiero seguir perfeccionándome y alcanzar la etapa de comandante, ahora soy copiloto. Me queda carrera por delante”, cuenta a LA NACION en la base de El Palomar, donde trabaja desde hace tres años como capitana de la Fuerza Aérea.
“Mi padre hizo el servicio militar, y mi abuelo era granadero”,señala. Con esos antecedentes, eligió prepararse como piloto dentro del ámbito militar. “Quería ser piloto, pero no sabía lo que significaba ser militar y la responsabilidad que lleva, para nosotros, la sociedad y los compañeros de trabajo. Cuando hacemos ayuda humanitaria, abastecimiento a zonas de conflicto, te das cuenta de la importancia”, sostiene.
Superación
El desafío fue enorme: con su elección, se adentró en un terreno históricamente dominado por hombres. De hecho, hoy la Fuerza Aérea tiene sólo cuatro mujeres piloto.
“En el primer año de la escuela éramos 30 mujeres, nos recibimos cinco”, detalla. Sin embargo, esto no significó un obstáculo. “A mí, el trabajo con hombres no se me dificultó. Y en particular, en el Hércules tampoco: el equipo es muy bueno. Soy la única mujer piloto, pero hay navegadoras, operadoras de cargo y, ahora, también mecánicos mujeres”, afirma. “El trabajo en equipo es fantástico, nunca nos hicieron sentir mal. Nunca me sentí incómoda”, agrega.
De su primera experiencia en el aire, sólo recuerda los gritos de su instructor en pleno vuelo. “Fue en el primer año de cadete. Volaba un avión Mentor, fuimos a dar una vuelta cada uno. Al principio no entendés nada. Sólo tratás de no equivocarte”, recuerda.
Su esfuerzo fue recompensado con el tiempo. Años después, pudo volar sobre la Antártida en un Twin Otter, un avión de transporte más pequeño que el Hércules. Allí realizó dos campañas al conectar las bases Marambio, Carlini y Esperanza. “Fueron los viajes que más disfruté. Volar en la Antártida es hermoso, tanto por el paisaje como por la tarea que uno hace”, explica.
Ya en un Hércules, estuvo en varias misiones, como por ejemplo la de asistencia a Ecuador después de que ese país fuera golpeado en abril pasado por un fuerte terremoto. “Como vuelo en sí estuvo muy bueno por la operación en altura y por poder hacer abastecimiento de víveres, agua y medicamentos”, cuenta.
El mayor desafío de las 200 horas de vuelo que tiene al año es el de mantener la seguridad de los que viajan a bordo del Hércules. “La gente que uno lleva es tu responsabilidad es lo que más me importa y en lo que pongo todo mi esfuerzo”, explica.