No pudieron estudiar, pero escolarizaron a sus 10 hijos

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Martín Rodríguez (72) y Teresa De Lima (67) llevan 51 años de casados y en este más de medio siglo de vida juntos supieron hacerles frente a crudas realidades, sin titubear un solo instante a fin de darle lo mejor a sus diez hijos.

La tarea no fue para nada sencilla, pasaron momentos muy difíciles, siendo una debilidad no haber podido estudiar. Por eso, hoy su historia pone de manifiesto el peso de la fuerza de voluntad cuando la meta es clara: salir adelante juntos a la par.

Martín y Teresa son agricultores y ejemplos del verdadero amor; ese amor que no tira la toalla, sino que la comparte para secarse el sudor y seguir remando. Además, son constantes transmisores de que la base para que el matrimonio no se derrumbe ante la primera tormenta es Dios. La fe fue el motor avasallador ante las tribulaciones y hoy disfrutan de la tranquilidad con orgullo. Asimismo, resaltan las oportunidades que tienen hoy sus nietos y bisnietos, como acceder al sistema de educativo.

A ellos, este derecho de cierta forma se los negó y el hecho de apenas saber leer y escribir significó una de las tantas dificultades con la que luchan hasta ahora. Sólo que, ante la imposibilidad de haberse formado profesionalmente en alguna universidad, son portadores de sabidurías ancestrales y una fuerza de superación admirable.

Martín nació en el seno de una humilde y numerosa familia. Desde niño, a consecuencia de la cuadriplejia que padecía su padre, se dedicó a trabajar para conseguir el alimento para sus siete hermanos.

Cuando cumplió 13 años salió a trabajar en el obraje, lo que le impidió una niñez con juegos o la posibilidad de ir a la escuela. El tiempo que pudo asistir a clases -no más de dos años- le permitió apenas leer y escribir vagamente.

“La prioridad era trabajar para comer. No teníamos el privilegio de ir a la escuela, de seguir el secundario e ir a la universidad, era un sueño casi imposible. En esa época no habían servicios como energía eléctrica, transporte”, contó Martín. “No existían fuentes de trabajo en fábricas o industrias, eran todas tareas manuales y muy pesadas. Yo caminaba desde Fracrán hasta Montecarlo para carpir”, recordó, sobre su adolescencia.

Quizás el destino quiso que a sus 21 años se cruzara con Teresa De Lima, con historia similar. Mujer valiente que fue criada sin el amor paternal, carencia que la tornó una heroína capaz de enfrentar hasta los desafíos más complejos.

Así como Martín, Teresa transitaba una vida de lucha, tenía diez hermanos y se sumaron cinco chicos que se quedaron huérfanos. “Fue una época que me trae muchos sentimientos encontrados, uno de los niños que adoptamos era discapacitado, fue un sacrificio. Mi mamá trabajó duro como ama de casa y recibía ayuda de los vecinos. Ir a la escuela no existía, es algo que me hizo mucha falta” señaló Teresa.

Remar en pareja
 

Su caminar juntos comenzó en 1969. Teresa era madre soltera de una niña llamada Santa. Después nacieron Graciela, Sergio, Raquel, Mirta, Miguel, Daniel, Mariela, Ofelia y Yanina, quienes de niños aprendieron a trabajar para ganarse el pan. Ya crecidos y realizados, hoy les han regalado 29 nietos y catorce bisnietos, a quienes les inculcan constantemente buenos valores.

Allá por 1970, con la urbanización, servicios básicos y fuentes de trabajo muy escasos, el panorama era difícil para quienes no contaban con algún oficio específico. Pero fue la convicción de formar una familia y salir adelante lo que los llevó a no dar el brazo a torcer ante las adversidades.

Su primera casa fue una choza construida con hojas de palmera en el kilómetro 1.311 a pocos metros de la ruta nacional 14. En ese espacio vivieron por unos dos años hasta que edificaron una casa de lámina lo que no sólo era su hogar sino que servía como punto de asistencia para algunos camioneros que venían de un largo transitar por la ruta y ansiaban por un poco de agua.

Después adquirieron una chacra en el kilómetro 1306, sitio en el cual permanecieron durante cuarenta y tres años. Para abastecerse con alguna mercadería debían encontrar la forma de trasladarse hasta la zona urbana de San Pedro, recorriendo un trayecto de más de 30 kilómetros. Teresa, junto a sus hijos, se dedicaba a cultivar la tierra, mientras que Martín realizaba changas y trabajos en obrajes en otras localidades.

“Las cosechas siempre fueron abundantes. Alcanzaba para alimentarnos de forma sana y nutritiva y donar a los vecinos”, comentó Teresa.

“Él venía caminando y con mis hijos poníamos el agua a calentar en las pavas para que pudiera bañarse cuando llegaba”, recordó con nostalgia, a lo que Martín agregó: “Yo llegaba cansado cerca de los 9 de la noche, pero ese amor con el que me recibían me hacía descansar. No fue fácil, pero no me quejo. Sufrimos para criar a los hijos, pero hoy están y aprendieron a salir adelante”.

Si bien los años fueron duros, los momentos de alegría los preservan intactos en su memoria como las fiestas navideñas en el campo, lugar que añoran ya que hace un año se mudaron a la zona urbana. Allí, para no perder la buena costumbre, también cuentan con una huerta y aves.

“Trabajar es salud, nosotros siempre educamos a nuestros hijos con ese propósito, nos costó mucho adaptarnos a las nuevas tecnologías por no saber leer y escribir de forma fluida, por eso queremos que los jóvenes valoren a sus docentes y saquen el mayor provecho de poder ir a la escuela” reflexionó la pareja.