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La capital carioca amaneció en medio de un descontrol. Hombres encapuchados quemaron ocho ómnibus y dos camiones en distintos puntos de la ciudad. Y tres de ellos, sobre una de las vías más importantes: la avenida Brasil. Cerca de 30 escuelas debieron suspender las clases y el tránsito quedó bloqueado hasta en la región céntrica.
El secretario de Seguridad fluminense, Roberto Sá, buscó justificar los acontecimientos, que produjeron una ola de pánico en la población, como una cuestión inherente a la sociedad carioca que, según dijo, “hoy es muy violenta y corrupta”. En cambio, el comandante general de la policía militar, el coronel Wolney Dias, y el jefe de la Policía Civil, Carlos Augusto Leba, dijeron que la orden para los atentados “salió de adentro de las prisiones” y buscaban “distraer a las fuerzas de seguridad” para liberar jefes del narcotráfico.
La primera versión contaba una historia diferente. Las mismas fuentes policiales decían que había sido una represalia de las bandas del narcotráfico por una operación realizada por esas fuerzas de seguridad en la favela Ciudad Alta. Según ese relato, la policía había ingresado en ese morro para terminar con un intenso tiroteo entre facciones enemigas.
El secretario de seguridad puso otros condimentos a las acciones. Dijo que “la policía precisa trabajar en una sociedad donde no se proteja la impunidad” y agregó, en un velado tono crítico: “Hablo de una policía que no hace huelgas pero que no recibe las remuneraciones diferenciales”. Después se dedicó a defender a esas fuerzas al decir que “las autoridades de Estados Unidos, de Inglaterra y de Francia, que tienen muchos más recursos que nosotros y reciben su salario con puntualidad, no consiguen sin embargo evitar atentados”. Luego pidió “ayuda” a la propia comunidad de las favelas para que avisen: “No podemos adivinar qué puede hacer un delincuente en un momento y lugar determinado”.
En la rueda de prensa, informaron que se había detenido a 45 sospechosos de causar el caos en el tránsito hacia el centro carioca, a partir de las 10 de la mañana. De acuerdo con las autoridades policiales, esto produjo un embotellamiento “mayúsculo en un horario de máximo tráfico”. Las colas de autos llegaron a sumar 66 kilómetros. En la Ciudad Alta, los moradores declararon a la prensa que se habían despertado por la madrugada “en medio de un intenso tiroteo”. En la acción policial para perseguir a los narcos encapuchados, los agentes secuestraron al parecer 32 fusiles y varias granadas. El secretario Sá sostuvo que “ya fueron identificados algunos mandantes de estos delitos. Inclusive tenemos información sobre quién pudo haber dado la orden de incendiar ómnibus y camiones”. Aclaró, además, que entre los detenidos había “personas recién salidas de la prisión”. Algunas fuentes indicaron, también, que tras prender fuego a uno de los camiones que transportaba alimentos, éste fue literalmente saqueado por los vecinos.
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