Una incursión de las fuerzas israelíes en Siria desata un grave choque militar

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Las fuerzas armadas de Siria e Israel protagonizaron en la madrugada del viernes el incidente más grave desde que comenzara la guerra civil siria hace más de seis años. Cuatro cazabombarderos de la fuerza área israelí atacaron objetivos en territorio sirio y, por primera vez, lo reconocieron públicamente.

A su vez, los sirios respondieron abiertamente –también por primera vez– activando sus defensas antiaéreas y lanzando al menos dos misiles tierra-aire contra los aviones, que a su vez fueron neutralizados por el sistema anti-misiles israelí.

Según un comunicado del Ministerio de Defensa sirio, sus cohetes fueron capaces de derribar uno de los aparatos y de provocar daños a un segundo, lo cual fue desmentido por la oficina de prensa del ejército israelí, que aseguró que no sufrieron percance alguno y tanto sus tripulaciones como la población civil estuvieron a salvo en todo momento. Lo que en cambio no quisieron especificar fue el motivo de la incursión aérea y el objetivo del ataque, dando lugar a todo tipo de especulaciones.

Entre ellas, la posibilidad de que Israel hubiera atacado algún convoy o depósito de armas cuyo destinatario final fuera la guerrilla libanesa Hezbollah, que apoya al ejército regular sirio y que libró una corta pero intensa confrontación bélica contra Israel en el verano de 2006.

Otra de las versiones que circularon es que el blanco hubiera sido algún líder de la guerrilla shiíta, dados los precedentes de los ataques contra el preso de larga duración Samir Kuntar –que tras ser liberado en un intercambio se unió a Hezbollah– en un suburbio de Damasco o el llevado a cabo contra Yihad Mugniyeh –hijo del que fuera responsable de las operaciones exteriores de la guerrilla, Imad Mugniyeh, también asesinado en 2007– en las inmediaciones de los Altos del Golán.

El gobierno israelí guarda silencio al respecto, mientras que los medios de comunicación árabes apuntaban más hacia la primera hipótesis.

Las sirenas de alarma antiaérea sonaron a las dos y media de la madrugada en los asentamientos israelíes del Valle del Jordán, y poco después dos explosiones fruto del impacto de los misiles interceptadores se escucharon incluso en Jerusalén, situada a unos 150 kilómetros de distancia. Los restos, tanto de uno de los cohetes anti-aéreos interceptado en vuelo, como del propio artefacto interceptador, cayeron en territorio jordano.

El incidente provocó la reacción inmediata de Rusia. El ministerio de Asuntos Exteriores ruso llamó a consultas al embajador de Israel en Moscú, que hacía pocos días acababa de presentar sus credenciales diplomáticas. Hace ya dos años que Rusia participa activamente en la guerra civil siria, tanto con aviación y armamento pesado como incluso con tropas sobre el terreno, y el Kremlin demandó explicaciones a Israel sobre el alcance de sus operaciones en territorio sirio.

Según analistas militares israelíes, Rusia dispone de sistemas anti-aéreos en territorio sirio mucho más avanzados (S-400) que los de los propios sirios, pero aparentemente optó por no utilizarlos. Desde el otoño de 2016 los ejércitos israelí y ruso disponen de un sistema de coordinación en el uso del espacio aéreo de cara a evitar incidentes bilaterales.

El hecho de que este ataque haya tenido lugar una semana después del ya tercer encuentro moscovita entre el presidente ruso Vladimir Putin y el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu apunta a un posible entendimiento entre ambos.

Según éste, Putin estaría dispuesto a permitir acciones puntuales contra Hezbollah e incluso contra los Guardianes de la Revolución iraníes (Pasdarán) que combaten en Siria, a cambio de que Israel no ataque las bases y efectivos militares rusos presentes en territorio sirio.

Este “acuerdo de caballeros” habría sido también facilitado por la inesperada llegada a la presidencia de los Estados Unidos del magnate republicano Donald Trump, quien ha puesto en marcha una nueva política exterior que busca las sinergias con el gobierno de Rusia, dejando atrás la confrontación con el Kremlin que caracterizó a la administración de Barack Obama.

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