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El nuevo jefe de la Bonaerense es El Guasón.
“Mi mayor miedo es que un día se me trabe el arma”, le confiesa a Clarín. “A mí no me mataron porque los delincuentes no saben tirar”.
Es inédito que un jefe de Policía hable así porque es inédito que un oficial que hizo toda su carrera en comisarías llegue a jefe de Policía. Su antecesor, Pablo Bressi, se formó en los grupos de élite de la Bonaerense -fue negociador en tomas de rehenes- y era especialista en narcotráfico. Antes que él, Hugo Matzkin había hecho su recorrido en Inteligencia. Juan Carlos Paggi provenía de lo que los policías llaman “la academia” -fue director de la Vucetich- y Daniel Salcedo, afamado perito, era referente de la Policía Científica al asumir, diez años atrás.
Fabián Perroni (50), en cambio, viene de la calle.
Estuvo en más tiroteos que los que quiere recordar. Y dispara como pocos. Otra rareza para alguien de tan alto rango. Trata de ir al polígono una vez por mes. Hace un par de semanas ganó un lechón en una apuesta con sus pares: con su 9 milímetros le acertó a un cartucho de escopeta colgado de un árbol por un hilo, a una distancia de 30 metros.
Fanático de Gimnasia y Esgrima de La Plata, club en cuyas divisiones inferiores jugó de 8, le encanta ir a la cancha. “Fui al psicólogo para tratar de cambiarlo, pero no puedo. Estoy condenado al sufrimiento”, bromea. Conoce a todos los barrabravas de la zona sur -cuando era jefe Departamental de Lanús tenía a cargo 14 canchas con partidos cada fin de semana- pero jura que nunca comió asados con ellos. “Los he enfrentado a tiros. ‘Donde la pudrís, te rompo’, les decía yo. Ese es mi vínculo: los corro”, explica.
También le encanta el boxeo, que ha practicado mucho tiempo de forma recreativa en Lomas de Zamora.
Perroni se siente un veterano. “Toda mi carrera estuve en la calle, metiendo presos a los delincuentes. Y eso tiene un costo”, reconoce. “Es como cuando volvés de la guerra: una cicatriz siempre te va a quedar”.
Nacido en La Plata, hizo el colegio secundario en el Liceo Policial, al que ingresó en 1978. Rindió examen junto a Pablo Bressi -“lo respeto como mi compañero y amigo”, aclara-, con quien luego convivió allí seis años. En 1984 entró a la Vucetich y se recibió de oficial, para empezar a trabajar enseguida en distintas comisarías platenses. Fue en la época más brava de la “Maldita Policía”, cuando las desapariciones del albañil Andrés Núñez y del estudiante Miguel Bru. Justamente con uno de los principales acusados de secuestrar, torturar y matar a este último, el oficial Walter Abrigo, Perroni estuvo imputado en una causa por torturas a un detenido.
Aquel expediente lo mandó preso unos días a una celda de los Bomberos y lo dejó casi dos años apartado de la Bonaerense, en disponibilidad, hasta que lo absolvieron. “Yo iba todos los días a Asuntos Internos a hacer quilombo para que resolvieran mi sumario. Me odiaban ya”, recuerda. “Era la época de (León) Arslanián, que por las dudas te echaba. Yo pensaba que iba a tener que comprar un remís. Pero aún en el momento más difícil, el de más purgas, no me echaron”, apunta.
Esa fue la primera vez que estuvo afuera de la Policía. Volvió y, en 2006, llegó a jefe de una comisaría de Lomas de Zamora. Después estuvo a cargo de cinco Jefaturas Departamentales. Lideró una brigada de Narcotráfico y también una Jefatura Distrital.
La segunda vez que estuvo afuera de la Policía fue en junio de 2014. Hugo Matzkin era el número 1 de la Bonaerense y él, el titular de la Jefatura Departamental Lanús. Había quejas de vecinos, marchas y denuncias de zonas liberadas y Perroni dejó el puesto.
“Me fui yo, no me echaron. No quería ser cómplice de Matzkin, para mí serlo era algo más traumático que quedarme sin laburo”, apunta. ¿Cómplice de qué? “Vació las comisarías de personal, atomizó las Departamentales, puso 44 comisarios generales en la cúpula…”, enumera. “Vaciarme una comisaría es como entrar a mi casa y tomarme la cerveza fría de la heladera”, compara. “Quedaban los presos sin custodia. ‘Vamos a morir todos’, pensaba”.
Estuvo algo más de un año sin destino. Se dedicó a pleno a su hobby: forjar cuchillos de acero. Se dejó la barba, empezó a pasar cada vez más horas en jeans y, un fin de semana de agosto de 2015, se fue a Santo Tomé (Santa Fe) a hacer un curso de cuchillería artesanal. Allí estaba, mirando por televisión cómo Luján se prendía fuego -en medio de una inundación histórica, se habían fugado 12 presos de la comisaría local y habían asesinado al estudiante Agustín Cantello en un asalto a un kiosco- cuando el alerta del Nextel de Perroni volvió a sonar.
Era Matzkin, desde la comisaría 1° de Luján, que en ese mismo momento estaba rodeada de vallas y bajo el asedio de una violenta marcha de vecinos indignados. “Necesito que me des una mano”, le pidió el jefe de Policía. A las 3 de la madrugada, Perroni se subió al coche y manejó 400 kilómetros para ir a hacerse cargo de la Jefatura Departamental local.
“Matzkin me recibió, me dio un beso en la frente y se fue”, cuenta. Le había dejado paga una habitación en un hotel, pero él prefirió instalarse en un cuartito de la Departamental, en ruta 5 y Duarte, porque tenía miedo de que el jefe de la Bonaerense le hubiera puesto micrófonos en el otro alojamiento. Allí estaba trabajando cuando llegaron las elecciones y él temió lo peor. “Si ganaban (Daniel) Scioli y Aníbal Fernández yo tenía que volver a dedicarme a los cuchillos”, asegura.
No fue así. El 16 de diciembre de 2015 lo designaron subjefe de la Bonaerense y, desde anoche, está a cargo interinamente de la Fuerza.
Todavía no quiere festejar. Su mujer desde que tenía 17 años, una ex empleada del Ministerio de Educación llamada Fabiana, no quiere ni mirar las noticias porque no soporta todo lo que se dice de él. Viven en una casa de Los Hornos junto a sus dos hijos, de 23 y 25 años, ambos empleados policiales (uno trabaja en Veterinaria y el otro, en Servicios Sociales). El más grande acaba de darle uno de los mayores sustos de su vida y el menor, una de las alegrías más enormes.
Una está relacionada con la otra. El más chico lo hizo abuelo de un nene que, el último 5 de mayo, cumplió dos años. La decisión fue festejar con disfraces de héroes y villanos. Y vestir al nenito de Batman. El hijo mayor de Perroni eligió usar un disfraz de Chucky, el muñeco maldito. Consiguió el traje y la máscara y, unos días antes de la fiesta, se puso todo y sorprendió a su padre cuando llegaba a su casa.
Perroni abrió la puerta, entró y, cuando su hijo mayor se le apareció de golpe todo enmascarado, manoteó la cintura para agarrar su 9 milímetros y dispararle.
Por suerte, la tenía en un maletín.
El día de la fiesta, Perroni se disfrazó de El Guasón. Quizás porque en la Policía lo creyeron muerto varias veces. Y, al final, él fue el último en reír.
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