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Fue un hecho extraordinario, en todos los sentidos: fuera de la común y para celebrar. La rápida sanción de la ley para evitar la aplicación del dos por uno a casos de represores exhibió una reacción política que atendió todos los frentes: generó alivio social, tendió un puente para que la Corte Suprema pueda cerrar esa puerta a la oscuridad -la que habían abierto el último fallo y también un par de decisiones de hace años, menos ruidosas pero nocivas- y resguardó el tema fuera de la campaña ya iniciada. ¿Una perla en medio del barro que algunos anticipan camino a octubre? Se verá, pero por lo pronto oficialistas y opositores, las dos franjas con todos sus matices, trabajaron una cuestión sensible en velocidad, negociaron con voluntad de acuerdo y trascendieron los límites formales de la política. No fue, con todo, tarea sencilla.
Las conversaciones incluyeron en primer lugar a los principales organismos de derechos humanos, sumaron a funcionarios y abundaron en consultas reservadas con juristas y hasta con miembros de la Justicia. Casi nadie desentonó. Y también en la calle se buscó ampliar al máximo la gama de adhesiones. Los organizadores de la masiva concentración del miércoles lo conversaron expresamente y lo incluyeron como recomendación en un punteo que difundieron entre otras organizaciones que decidieron marchar ese día. Apenas Hebe de Bonafini y un puñado de acompañantes rechazaron el sentido de la convocatoria, al margen incluso del kirchnerismo parlamentario.
La prueba del vértigo provocado por el fallo que firmaron tres de los cinco integrantes de la Corte fue dada por el Congreso. La Cámara de Diputados tenía anotada para el martes pasado una sesión sencilla: la aprobación de un tratado internacional y poco más, tal vez algunos cruces fuera de agenda, y listo. Pero el dos por uno alteró todo, en primer lugar al oficialismo. El desconcierto y malestar eran condimentados además desde el máximo nivel de gobierno, con tibieza, insensibilidad o falta de cálculo: decían estar sorprendidos o al menos eso transmitían a sus legisladores. Temprano, Emilio Monzó recibió en su despacho a Mario Negri, Elisa Carrió y un par más de legisladores de la primera línea de Cambiemos. La decisión inicial fue enfrentar el tema: técnicamente hubieran podido eludirlo -se necesitan tres cuartos de los diputados para armar una sesión especial-, pero el costo político habría sido infinito, aún para darle tiempo a las negociaciones. De inmediato, arrancaron las conversaciones con referentes de todos los bloques, que ya reclamaban ir al recinto.
Un rato después, la misma mesa reunía a los representantes del oficialismo con Héctor Recalde, jefe del bloque que sigue dominando el kirchnerismo; Graciela Camaño, por el massismo, y Oscar Romero, del bloque que se referencia en Diego Bossio, entre otros. Ya circulaba media docena de borradores, además del texto que en el Senado buscaban hilvanar Federico Pinedo y Miguel Angel Pichetto. Difícil consensuar un proyecto en pocas horas: la solución, de la vieja práctica del Congreso, fue habilitar el tema en general, no un proyecto en particular, y negociar mientras fluían los discursos en el recinto de Diputados. Era lo único sencillo: la extensa lista de oradores y su desarrollo, incluidas algunas chicanas, daban tiempo para el pulido de la letra.
Nadie, según fuentes coincidentes, complicó las conversaciones.Y de arranque, se desvanecieron las prevenciones del oficialismo sobre el papel del kirchnerismo duro, alimentadas por el discurso de Cristina Fernández de Kirchner, preocupada a esas horas por sumar desde Europa a su propia campaña. “Jugó muy bien”, fue la definición de un diputado oficialista sobre la actitud de Recalde. Remo Carlotto, que siguió de cerca el tema, expresó su respaldo al proyecto finalmente aprobado en Diputados. Y se lo transmitió personalmente a un jurista radical, consultado en esas horas, cuando la iniciativa avanzaba a paso rápido en el Senado.
El criterio finalmente avalado en las dos cámaras por los legisladores tuvo un eje preciso: considerar la ley aprobada ahora como una norma “interpretativa” de una ley anterior. Se cerraba así la puerta a reclamos de represores sobre el dos por uno, y se allanaba el camino a un nuevo fallo de la Corte, que es esperado ahora para cerca de fines de mes. La salida había sido conversada especialmente con organizaciones de derechos humanos -en particular, Abuelas y Madres de Plaza de Mayo, de Línea Fundadora- y con legisladores de relación estrecha con ellas.
Con la ley aprobada y el compromiso oficialista de inmediata promulgación, una masiva concentración ratificó el rechazo social a cualquier camino de impunidad. También la convocatoria fue cuidada: cerró con una advertencia a los tres poderes del Estado y el rechazo al fallo de la Corte, pero evitó alimentar las fisuras y el debate sobre los orígenes, sin duda amplios como las sombras que a lo largo de esta democracia se proyectan sobre la política y la Justicia. El “Señores jueces, Nunca más” fue la consigna dominante.
El tono del discurso estuvo en sintonía con los preparativos de la concentración. Las indicaciones definidas por sus organizadores señalaban, en el tercer punto de una síntesis destinada a organizaciones adherentes, que debían evitarse cualquier tipo de “provocación” y prepararse “para recibir a todos, desde la izquierda hasta los radicales y militantes del PRO enojados con la medida” judicial. Señal clara de los nombres propios de los convocantes y del clima amplio que era reclamado. Sólo en la desconcentración, algunos grupos se animaron a contradecir ese espíritu con consignas partidarias.
Bonafini prefirió expresar las posiciones K más sectarias, en sintonía con la ex presidenta. Criticó el uso del pañuelo de las Madres -en respuesta, le recordaron que entregó uno a César Milani-, y rechazó en especial -porque prefiere tachar ese dato histórico- la reivindicación de la consigna “Nunca más”: un símbolo, no el único pero tal vez el de mayor síntesis sobre el largo camino contra la impunidad y el olvido, que empezó antes de la democracia y la acompaña desde su renacimiento, con vaivenes pero con persistencia.
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