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“Hay una sorpresa para vos”, le dijo hace semanas su jefe a Anna Saccardo, una administrativa de una empresa láctea italiana, de 31 años, embarazada de siete meses y a punto de tomarse licencia por maternidad. Y le contó que, de ahora en más, los empleados de más de dos años de antigüedad que se conviertan en papás recibirán un incentivo: un “baby bonus” de 1.500 euros, que equivale a un sueldo medio neto. La iniciativa intenta ser un mimo para aplacar la caída libre de las cifras de natalidad en Italia donde, desde 2015, las muertes superan a los nacimientos.
Según el Instituto Nacional de Estadísticas (Istat), el año pasado nacieron en Italia 474.000 bebés, 12.000 menos que en 2015.
La alerta demográfica en este país de 60 millones de habitantes se encendió, sin embargo, ante el censo de mortalidad: en 2016 murieron 608.000 personas, 134.000 más que las que nacieron ese mismo año.
“Como italiano, estoy preocupado por las cifras demográficas pero no soy el estado ni voy a repoblar Italia con el baby bonus. Esto es simplemente un símbolo, un desafío de cultura y civilidad”, dice Roberto Brazzale, 54 años, padre de tres hijos varones y referente de la empresa que lleva su apellido y fue fundada aquí, cerca de Vicenza, en el Véneto, por el abuelo de su abuelo a mediados del siglo XVII. “La ética de la empresa se basa en generar ganancias respetando las leyes pero existe, además, una responsabilidad respecto del personal. No creo que el baby bonus desencadene una aumento de nacimientos pero sí estoy seguro de que el ámbito de trabajo será más relajado”, dice.
La iniciativa de la empresa familiar más antigua de Italia poco tiene que ver con la propuesta que en los últimos años algunas firmas tecnológicas en Estados Unidos -como Apple y Facebook- hacen a sus empleadas para incentivarlas a congelar óvulos y postergar así la maternidad que podría alejarlas, física y emocionalmente, de sus trabajos.
“Lo vi en mi propia esposa, que trabajó mientras crió a nuestros hijos -dice Brazzale, cuya empresa cuenta con 550 empleados entre la sede italiana y la de República Checa-. Durante todo ese tiempo en el que combinaba trabajo y niños pequeños, yo no la veía serena, no estaba tranquila.” “Me puse nerviosa cuando tuve que comunicar que estaba embarazada -confiesa Anna-. Pero me siento contenida. Saber que piensan en mí como mamá me estimula a dar lo mejor de mí en mi trabajo.” “La empresa es el organismo social en el que pasamos más horas. Si no hay buen clima en el trabajo, estamos en dificultades. Un incentivo como éste no es una donación. Es un deber que da satisfacción”, dice Brazzale. En la firma que se dedica a la producción de quesos -la estrella es el Gran Moravia, que compite con el parmesano y el grana padano-, el 80 % de los empleados tiene entre 18 y 45 años. “Todos futuros papás”, bromea Brazzale y señala a dos de sus empleados, Virginia Curhau e Ion Ciortan, una parejita de moldavos que piensa casarse.
“Me han contactado otros empresarios para que les cuente cómo implementamos el incentivo pero lo llamativo es que no lo hizo ningún sindicato -dice Brazzale-. Estamos haciendo lo que los sindicatos no lograron y lo estamos haciendo sin necesidad de ellos. Sí hubo un parlamentario que acaba de presentar un proyecto de ley para que el estado no cobre impuestos sobre el baby bonus ya que, entre lo que le descuentan al empleado y lo que debo pagar yo, la mitad de los 1.500 euros se va en impuestos.” Anna, que hasta hace poco estuvo entrenando al empleado que se ocupará de los números de la empresa durante su licencia, ya decidió cómo gastar el baby bonus. No sabe qué hacer para empujar las horas, los días. No ve la hora que el calendario se detenga en mayo, el mes de primavera europea en el que, según la última ecografía, llegará Matilde.
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