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No soy de aquellos que creen que todo se da por algo, que siempre se puede aprender y salir más sabio de los momentos duros. O quizás se salga más sabio, pero hubiera sido mejor asimilarlo de otra manera. Reconozco, sí, por historias que me rodearon, que la enfermedad tienen una virtud: nos coloca en una cornisa existencial. Las nimiedades por las que muchas parejas se sacan chispas pasan a un segundo plano y aparece lo más honesto, potente, humano. A veces bueno; otras, no. El apoyo incondicional, el compartir lo ingrato, el soñar aun en momentos difíciles. Pero también, en distinta frecuencia, el mutis por el foro con algún tipo de excusa. Incluso en estos casos, sospecho, el dolor debe ser positivo: si el lazo era tan endeble, mejor enterarse más temprano que tarde.
Intuyo que un tema con demasiadas respuestas debe pensarse desde las expectativas razonables. Cuenta Mercedes que ella le preguntaba (¿retóricamente?) a Klaus: “¿Te parece que voy a estar bien?”. Y él le decía que sí, que obvio que sí. ¿Se puede actuar distinto ante un cáncer tratable pero agresivo? ¿Uno tiene que potenciar todo aquello que tranquilice y le dé paz al ser amado o debe ser más cauto y decir que “ojalá que sí”, que “lo importante es estar juntos”, “que tiene los mejores médicos”? Estas últimas respuestas, en apariencia positivas, dejan pequeñas rendijas de duda. Difícil. No sé si hay una opción aconsejable o cada pareja o grupo familiar debe construir la suya según la psicología de la persona enferma y de las posibilidades de su entorno.
Algo que quizás parezca secundario, como la relación con el cabello perdido, también marca las diferencias de actitud sobre las formas de lidiar con el cáncer. Conozco gente que no ha querido verse sin pelo, ese impacto no la iba a ayudar: algunas cosas debían seguir siendo como eran. Conozco, a la vez, gente que se ha hecho fotos con la cabeza absolutamente lisa como una forma de reivindicar el tratamiento, de no silenciar el impacto de lo que pasaba. No hay -aquí tampoco- una opción más válida que otra. Se trata de cómo generar un entorno íntimo que dé más seguridad para enfrentar el tumor. Parece una frase amable pero a no engañarse: cuando se pone el cuerpo, la decisión duele.
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