El DT argentino dejó un recuerdo inolvidable en ese país, donde ganó dos torneos; el fútbol y el amor fueron su medicina.
En Bogotá, Miguel Ángel Russo no solo vivió una etapa de su extensa carrera como entrenador. Allí afrontó el partido más duro de su vida. Lo hizo como siempre: en silencio, con temple, con frente alta ante la adversidad y con esa serenidad que lo acompañó dentro y fuera del vestuario.
En 2017, mientras Russo conducía a Millonarios hacia el título de campeón del torneo Finalización, su cuerpo empezó a enviar señales. El diagnóstico, recibido en la capital colombiana, fue devastador: cáncer de vejiga, que luego derivaría en otra complicación en la próstata.
La noticia lo tomó lejos de su país, pero no lo quebró. Russo eligió no esconderse ni dramatizar. Prefirió apoyarse en el trabajo. “Táctica, estrategia, pizarrón y entrenamiento fueron mi mejor quimioterapia”, reveló tiempo después. En medio de sesiones, operaciones y tratamientos, siguió yendo a las prácticas. Dirigía en los partidos con un esfuerzo que sus jugadores percibían, pero nunca lo escucharon quejarse. En su caso, el fútbol fue el remedio.
El momento más difícil llegó en enero de 2018, cuando regresó a Bogotá tras una operación en Buenos Aires. En la conferencia de prensa de bienvenida sí se quebró, emocionalmente. “Esto se cura con amor. Nada más”, dijo entre lágrimas. Esa frase, sencilla y luminosa, quedó grabada en el club. Millonarios lo adoptó como a uno de los suyos, no solamente por los trofeos que consiguió, los del mencionado Finalización y la Superliga de 2018, sino también por la humanidad que transmitió en plena adversidad.

El entrenador se aferró a su método de siempre: trabajar, enseñar, acompañar. En la privacidad sentía el silencio como otra forma de sanar. “El silencio es bueno”, repetía. Por eso pidió que no fueran divulgados detalles sobre su enfermedad.
No quería compasión; quería seguir siendo el director técnico de Millonarios. Y lo fue. En los días de mayor fragilidad, sus jugadores lo rodeaban, los utileros lo cuidaban y el estadio entero lo ovacionaba.
La fortaleza con la que vivió en Bogotá trascendió lo futbolístico. “La enseñanza es que hay que ocuparse y no preocuparse. No hay que tener miedo a esto. Nunca pensé en la muerte; siempre pensé en vivir”, decía. Su optimismo no era ingenuo, sino nacido de su convicción y de sus ganas de seguir en este mundo. Por eso, cuando recordaba aquel tiempo, agregaba: “Ver rodar la pelota me sanaba más que muchas medicinas”.
En Colombia su figura trascendió los límites del club. Fue un símbolo de coraje y profesionalismo, admirado incluso por hinchas rivales. En 2018, en una entrevista con ESPN, Russo sorprendió al revelar que había estado a punto de dirigir a la selección colombiana. “En la época de Bedoya, antes de Pekerman, estuve muy cerca”, contó con modestia. “Una selección es la aspiración… Los entrenadores somos así. Me acostumbré a la idiosincrasia del futbolista colombiano”, añadió.
Aquellas negociaciones ocurrieron en 2011. No se le dio a Russo, pero él había calado hondo en ese país. La federación finalmente eligió a José Néstor Pekerman, pero el respeto a Miguel nunca se disipó. Muchos hinchas lo imaginaban vestido con el buzo tricolor, porque su perfil encajaba con la identidad que el fútbol colombiano pretendía tener: sereno, sabio, formador, alegre, optimista.
Su salida de Millonarios, sucedida en noviembre de 2018, fue por “mutuo acuerdo”. Russo se despidió con la misma sobriedad con que había llegado. “Todo lo que soy, se lo debo al fútbol. Bogotá me dio una lección de vida”, dijo entonces.
Este miércoles el fútbol lo despidió con tristeza. Russo peleó demasiado tiempo contra la enfermedad, desde aquella vez en que en un baño en un restaurante bogotano notó el primer sangrado y que algo no estaba bien. Ocho años después, se fue como vivió: con calma, sin estridencias, y dejando enseñanzas. Su paso por el club colombiano fue breve pero intenso: 87 partidos, 37 triunfos, 23 empates, 27 derrotas, y aquella frase grabada: “Esto se cura con amor”.
Millonarios lo despidió en las redes sociales con un video emotivo y una frase que pinta de cuerpo entero la adoración que le tuvo: “Leyenda embajadora”.