Paris Saint Germain: breve crónica de un fracaso

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La cara de Unai Emery cuenta un nocaut, tras el 1-6 frente al Barcelona, en el Camp Nou, por los octavos de final de la Champions League. Luce desencajado, roto. El técnico del Paris Saint Germain vivió la peor de las pesadillas en su ascendente carrera que ya lleva más de 600 partidos. Su rostro, esa escena de desconsuelo sin maquillaje, es el retrato de la caída más estrepitosa en la historia de las competiciones europeas. No hay dudas de que hubo responsabilidades en la conducción del equipo parisino, también en sus individualidades, que fallaron en los momentos traumáticos de la gran cita. Pero hubo otro protagonista central en la cuestión: el árbitro alemán Debiz Aytekin -38 años, 197 centímetros de altura, empresario de Internet- quien le otorgó dos penales a favor al Barcelona y le negó uno al equipo francés.

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“Nos faltó personalidad para contrarrestar los errores del árbitro, que nos perjudicaron”, fue el resumen de Emery, ya con la certeza de la eliminación. ¿En qué se equivocó el árbitro? No cobró una mano de Javier Mascherano en el área local; sancionó un penal por una discutible infracción de Meunier a Neymar (de esa decición surgió el 3-0, a través del remate de Lionel Messi) y vio una falta inexistente de Marquinhos a Luis Suárez dentro del área visitante (la antesala del 5-1, obre de Neymar). Dicho de otro modo: fue decisivo en favor del gigante catalán. Hubo otra polémica con idéntico damnificado: Mascherano admitió haberle cometido penal a Angel Di María cuando el ex futbolista de Rosario Central se disponía a establecer el 2-3.

Pero el PSG, que había ganado 4-0 en la ida con una actuación colosal, falló cada una de las oportunidades que tuvo para resolver la cuestión. Incluso más allá de una asombrosa endeblez defensiva, se equivocó frente a Ter Stegen. Pudo haber descontado con un remate de Edinson Cavani, que dio contra el palo izquierdo del arquero local. Pudo haberse puesto 2-3 en dos ocasiones: una a través del atacante uruguayo y otra, en la mencionada de Di María.

Hubo más: parece inadmisible que a un equipo de élite le puedan convertir tres goles cuando al partido le quedan poco más de dos minutos más el descuento (en este caso, cinco minutos). Dudó, falló, se replegó, le faltó astucia. Y lo pagó con lo más parecido a un papelón.

Al cabo, el PSG -nuevo gigante de Francia, nuevo rico del fútbol universal- terminó de rodillas por errores propios, por virtudes del Barcelona y por equivocaciones arbitrables. No será gratis este golpe. Qatar Investment Authority, dueña del PSG desde 2011, invirtió 146 millones esta temporada para pulir un plantel multimillonario. Contrató a Emery, campeón de la Europa League con el Sevilla. Lo rodeó de deseos cumplidos. Todo, en nombre de la obsesión de Nasser Ghanim Al-Khelaïfi, el presidente de la corporación: la Champions League. No hubo caso. Otra vez.

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