Aunque aún restan 12 años y la fecha ya era conocida, para quienes esperaban no tener que tirar todo lo que construyeron en 2035 puede ser poco tiempo. Cuál es el “efecto Habana” y por qué es una preocupación que se debe atender
Si quedaba algún atisbo de esperanza, el pasado jueves en Bruselas todo se desplomó definitivamente. La Comisión Europea, el Parlamento Eurpeo y los estados miembros de la Unión Europea, confirmaron que, a partir del 1 de enero de 2035, quedará prohibida la venta de automóviles nuevos impulsados por motores de combustión interna que emitan gases contaminantes.

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La noticia no es nueva, es solo la confirmación de aquello que se había anunciado en julio, cuando por mayoría se logró el consenso para aprobar esta nueva Ley. Algunos fabricantes fueron duros con sus críticas, esperado revertir la situación, pero el pasado 27 de octubre finalmente esos intentos fueron desechados.
La expectativa ahora está puesta en ver en cuánto tiempo los fabricantes comienzan a dar final a los ciclos de producción de motores térmicos propulsados por derivados del petróleo, al menos para alimentar el mercado europeo. Si bien se espera que más estados acompañen la iniciativa de California, un escenario similar sería el que ofrezca también EEUU, ya que recientes anuncios de la Casa Blanca confirman un fuerte respaldo a las inversiones en movilidad eléctrica y servicios eléctricos anexos como las redes de carga para los próximos años.

Pero el mundo es uno solo, y mientras Europa y Norteamérica pueden tomar esas decisiones, quizás no sea el caso de otras regiones como Sudamérica, donde la matriz energética aún no parece estar preparada para sostener un consumo eléctrico como el que la movilidad sustentable requiere, y a la vez la economía de muchos países no está en condiciones de prescindir de los autos con motores térmicos todavía.
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Algunas voces que se oponían a esta sanción de la Comisión Europea auguraban un “efecto Habana”, lo que representa un escenario en el que, ante la imposibilidad de adquirir autos eléctricos, millones de usuarios mantengan sus automóviles fabricados antes de 2035 y más antiguos aún, lo que dejaría un continente plagado de autos viejos y contaminantes en lugar de un parque de vehículos sustentables eléctricos como esperan los legisladores.
El automóvil eléctrico por un lado deberá bajar su precio a valores razonables para que más personas puedan adquirirlo, y los gobiernos deberán hacer grandes inversiones en infraestructura que aseguren soporte para una demanda que indudablemente superará todos los registros históricos de electricidad.