Menos salto hacia adelante que medida desesperada del régimen

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La convocatoria a constituyente que acaba de anunciar el régimen venezolano es una medida desesperada. Como lo fue antes el ataque al Congreso por medio de la Corte Suprema colonizada por el Ejecutivo o la inhabilitación del líder disidente Henrique Capriles. Comprender estos pasos en esa dimensión vulnerable es central para caracterizar qué oportunidades reales retiene el gobierno chavista. La enorme presión de la disidencia en la calle –el segundo capítulo de las protestas masivas iniciadas a fines del año pasado pero que congeló el fallido diálogo propuesto por el Vaticano–, están logrando erosionar la unidad en la cúpula. Es claro que sin apoyo internacional no habrá un cambio radical en la crisis venezolana para una salida constitucional y legal. Pero justamente esas marchas están despertando miradas cada vez más críticas y descarnadas sobre el carácter autoritario del régimen. Pesa también que la fantasía de un aumento salvador del precio del petróleo quedó lejos de las expectativas. El Estado está quebrado, simplemente y todo no hará más que agravarse..

No debe sorprender que en el vértice del poder venezolano un ala reaccione a esa situación de ahogo con la alternativa de llamar a elecciones comunales y de gobernadores pendientes. Son los que ven el abismo en los permanentes saltos hacia adelante del régimen. Una salida electoral sería la válvula para escapar del callejón sin una total derrota. La fiscal general Luisa Ortega Díaz, chavista profunda, es el frontis de ese sector de mirada más estratégica dentro de la asediada nomenclatura. Pero si existe algo que los dueños del régimen no pueden permitirse es abrir el espacio político. Nadie sabe, en especial ellos mismos, lo que produciría un gesto de ese tipo .

La objeción no parte solo del hecho palmario de que, dadas las elocuentes circunstancias actuales, cualquier comicio garantizaría una derrota del oficialismo y ampliaría la autonomía de la disidencia. Hay un problema mucho más complejo que ese duelo. El relato revolucionario del régimen decora apenas una estructura de poder opaca que, como sucede en los regímenes marcados por la perpetuación, se explican solo desde el oportunismo. La regla sencilla indica que es proporcionalmente más alto ese desvío cuanto mayor es la anomia que provoca un Estado en retirada. Los aliados cubanos de Venezuela reconocen esa maldición en charlas privadas. Todo el experimento chavista encalló en una descomunal corrupción que se esparce y es dominante. No es que La Habana se escandalice. Es el descontrol que supone el estadío actual del proceso lo que preocupa a la dirigencia castrista.

La convocatoria a constituyente busca ahogar todas esas voces, especialmente de las líneas críticas internas. Esa medida desintegra institucionalmente a partidos políticos y el Parlamento. Y por cierto, encadena aún más a las urnas. Es un portazo de tremenda audacia que pretende ser definitivo. Pero esa condición requiere de un poder que la propia medida pone en cuestión. Si lo hubiera, no seria necesaria.

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