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Podría haber sido un mal paso para un presidente inexperto como Donald Trump, que no suele reflexionar demasiado antes de hablar, que le gusta salirse de libreto en sus reuniones y que presta escasa atención a los consejos de sus asesores. Pero es el contexto en el que el presidente compartió la información de inteligencia con los funcionarios rusos lo que eleva la noticia a una bomba de tiempo: Trump y sus funcionarios están sometidos a una dura presión política y legal sobre la influencia que tuvo Rusia en la campaña para perjudicar a Hillary Clinton.
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Lejos de desaparecer, la sombra del Kremlin se agiganta en la Casa Blanca y amenaza la presidencia de Trump. Ya hay una investigación abierta del FBI y dos comisiones legislativas que estudian el caso. El fulminante despido del jefe del FBI, James Comey, el martes pasado y la admisión del presidente Trump de que lo había echado por “esa cosa rusa” podrían comprometerlo por obstrucción de justicia, el mismo cargo que se le imputaba al ex presidente republicano Richard Nixon en los años ‘70 para someterlo al impeachment. Ahora se suma la noticia de que compartió información altamente calificada con Rusia sobre la banda terrorista del ISIS.
A quienes conocen cómo funciona el “mundo Trump” no extrañó la reacción inmediata de la Casa Blanca. El presidente debe estar furioso con sus funcionarios por las continuas filtraciones de información que están golpeando a su administración. Era cantado, además, que la noticia iba a ser desmentida oficialmente, como así sucedió ayer a la noche. Seguramente al tanto de que el diario The Washington Post iba a publicar la impactante noticia, horas antes Estados Unidos salió a acusar al régimen sirio de Bashar Al Assad de haber construido un crematorio clandestino para hacer desaparecer los restos de las ejecuciones en masa en una cárcel militar.
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Trump conoce el impacto de las imágenes y sabe cómo desviar la atención de la información que lo complica. Lo ha practicado con éxito en su campaña y también durante su presidencia: cuando a comienzos de abril tuvo problemas internos con su ley de salud y sus decretos migratorios, el presidente bombardeó Siria a caballo de unas imágenes de niños gaseados. Luego arrojó “la madre de todas las bombas” sobre Afganistán y elevó la tensión con Corea del Norte. Los estadounidenses festejaron su determinación. Ahora se ven imágenes fuertes del horror en Siria y una crítica por elevación a Rusia, la potencia amiga de Bashar al Assad, una manera de intentar poner distancia. La receta funcionó una vez, pero corre el riesgo de convertirse en un guión desgastado y previsible ante el tamaño del escándalo que acecha al presidente.w
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