Raimond, el bebé del milagro

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Con 18 años, Priscila Rivas se convirtió en madre y superó situaciones de las más complejas. Su bebé nació con una enfermedad denominada encefalocele, que significa que el cerebro o una parte de él se formó fuera de la cabecita y está conectado al interior por un defecto óseo (agujero en el cráneo).

 

Al enterarse de su condición, a las siete semanas de gestación, Priscila tuvo la oportunidad de interrumpir el embarazo. Pero rechazó esa idea aferrándose a la fe, a la contención de su familia. Contra todo pronóstico médico, el bebé sobrevivió y el próximo 18 de diciembre cumplirá 8 meses. “Nunca pensé en abortar, un bebé es una vida; preferí seguir adelante y luchar junto a él. Siempre valió la pena”, esboza con aires de fortaleza en una charla con El Territorio.

 

Raimond Benjamín Thiago Rivas es un pequeño gran guerrero. En los pasillos de Neonatología del hospital Materno su historia toma forma de leyenda. Y aunque todavía no entiende ciertas cosas, en cada control de rutina sonríe frente a los flashes de los celulares. Todos quieren una foto con él.

 

“Primero me dijeron que según la ecografía había una partecita de cerebro que salía del cráneo, pero eso no crecía. Y lo más importante: el corazoncito estaba bien. Pero cuando me hicieron la cesárea se dieron cuenta de que prácticamente todo el cerebro estaba afuera de su cabecita”, dice Priscila.

 

Fue sometido a siete cirugías. La primera fue a las dos horas de haber salido del vientre de su madre. “El doctor (Mario) Barrera se acercó a mí y me dijo que si yo confiaba en Dios, que rece y le pida por sus manos para que él pudiera hacer todo para salvarlo”, cuenta, y agradece que siempre tuvo la verdad en sus manos: “Me explicó que era un bebé con alto riesgo de muerte y podía fallecer en la cirugía o en el postoperatorio”.

 

La cirugía consistió en cerrar esa parte de la cabeza. El primer milagro de Raimond fue, justamente, su rápida recuperación pese a ser un recién nacido. Los especialistas estimaron que luego de la operación estaría una semana en terapia intensiva, con respirador artificial, en tanto doce horas fueron suficientes. “Él podía respirar por sí solo y ni tres días estuvo en terapia y pasó a sala común”.

 

En uno de los tantos ingresos al quirófano, los médicos descubrieron que tenía hidrocefalia. No obstante, eso no desalentó la batalla por seguir viviendo.

 

Priscila y Raimond viven en el barrio San Isidro de Posadas, ambos cuentan con el apoyo incondicional de la familia. El mundo de la abuela y los bisabuelos gira en torno del nuevo miembro de la casa. De hecho, tiene su propia canción.

 

Consciente de que el camino que queda por andar es pedregoso, agradece la atención del equipo médico. Las consultas son semanales: pediatra, oftalmólogo, traumatólogo y más. El resultado es un niño saludable.

 

“Me siento orgullosa de mi hijo, es un poco hijo de todos. Todos hicieron algo por él”, señala. “Después de todo lo que luchamos, uno ve de otra manera la vida. Sé que no será fácil lo que se viene, pero estoy dispuesta a pelear hasta lo último. Él es mi motor”, afirma Priscila.

 

Su mirada húmeda no la hace vulnerable. Su historia es un ejemplo de fortaleza. Reconoce, sin embargo, que se quebró varias veces y hasta le reclamó a Dios por lo que estaba pasando. “Cuando estaba muy triste, le preguntaba a Dios qué había hecho para que mi bebé naciera así. Hasta que una enfermera me dijo: ‘Si él está acá, es porque hay un propósito’”.

 

 

Opinión
“Es un poco hijo de todos”

La historia de Raimond comienza con el embarazo de una joven mamá, el abandono de su pareja y el apoyo incondicional de la abuela materna. En sus controles ecográficos se descubre esta malformación, por lo que comienza su seguimiento con el equipo de Medicina Fetal, grupo multi e interdisciplinario del hospital Materno Neonatal. Trabajo tan grande como silencioso.

 

Se realizó la cesárea y pudimos apreciar que el defecto era mucho mayor de lo estimado y que corría riesgo su vida, pero su vitalidad nos decía que estaba dispuesto a dar pelea.

 

Su recuperación era satisfactoria, se alimentaba, aumentaba de peso. Todos lo conocen, todos coincidían que él estaba tan bien por el amor con que lo cuidaba su mamá, a pesar de nosotros. Raimond era un poco el hijo de todos. Pedí la ayuda de los cirujanos plásticos, Kramer, doctor Fumeketer, Ojeda… Aceptaron el desafío, lo operamos durante más de cuatro horas, primero cerramos el defecto craneal mediante el uso de una malla y luego el equipo de plásticos realizó un gran colgajo de piel de la espalda para cubrir el faltante de la cabeza. Cuando terminamos, estábamos felices, un gran trabajo en equipo, habíamos puesto lo mejor de cada uno y eso nos daba paz interior.

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