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La ciencia y la industria farmacéutica destinan millonarios recursos a investigar fármacos para poder dormir, pero en parte están errando el foco: deberían encontrar una pastilla que nos ayude a despertar.
Es que en estos tiempos modernos el sueño se convirtió en un problema de la noche y de la mañana, de chicos y grandes, de ricos y pobres. Esta encuesta de Poliarquía le pone números y los especialistas le ponen causas. Pero, ¿y las soluciones?
Pienso en la pastilla del despertar todos los días a las 6 AM cuando sueña el despertador y quiero destrozarlo. Vuelvo a pensar media hora después, cuando saco a mis hijos de su cama a la rastra, como zombies que no logran reacción a ningún estímulo. Se completa el círculo del día y viene otra vez a mi cabeza cuando son las diez y media de la noche y no se quieren dormir: “Mañana no los despierta nadie”, les repito como un mantra.
Son nenes y ya viven el signo de esta época: la atención parcial continua. Tenemos una oferta de estímulos cada vez más grande que nos obliga a entrenarnos en el multitasking, pero en esa suma de tareas nuestra atención no se multiplica, sino que se divide. Si leo un libro y escucho música al mismo tiempo, no es 100% de atención del libro más 30% de la música sino, como mucho, 70% y 30%.
Creo que ese concepto se puede aplicar a nuestro día completo. La cantidad de horas es limitada y lo que debemos o queremos hacer siempre las supera. Entonces estiramos la jornada al máximo posible y así terminamos, por ejemplo, a las 11 de la noche empezando a mirar una serie o revisando redes sociales en la cama. No es una cuestión individual, sino que hay un sistema que lo propicia: por ejemplo, el prime televisivo hace años ya que se estiró hasta bien entrada la noche, y de hecho ahora las dos principales tiras que compiten por la audiencia en la TV abierta anuncian su arranque recién a las 22.30.
Pero el comienzo del día no se estiró, sino todo lo contrario: las escuelas siguen empezando su horario a un ritmo fabril (¿hay necesidad de que un nene de primer grado entre a las 7.30?) y el tránsito cada vez más caótico nos obliga –mañana, tarde y noche– a salir antes para llegar a la misma hora.
Así, es imposible. Las ocho horas de sueño son una utopía. Llego a seis, y gracias. Quiero dormir más, pero no puedo. No logro (juro que lo intenté) acostarme antes, y no tengo margen para levantarme más tarde. Es un dilema irresoluble que, a diferencia de los encuestados, sí siento en el cuerpo, que con varias señales me dice que no le alcanza. Y yo me quejo, como se dice, “de llena”: apoyo la cabeza en la almohada y me desmayo. Otros ni siquiera eso, dan vueltas en la cama en un insomnio lacerante. Siempre hay alguien que está peor.
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