Pastor abraza y perdona al asesino de su hijo

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Después, la mujer lo abrazó, Daniel la siguió y los tres se quedaron en silencio. El adolescente les contó que su papá era alcohólico y le pegaba a su mamá, y que en su casa era común que lo amenazaran con matarlo.

ARGENTINA.- El pastor Daniel Vega vio morir a su hijo en manos de un asesino y, lejos de lo que cualquiera podría imaginar, perdonó al delincuente que lo mató. Él sabe que su decisión resulta inexplicable para muchos. Y no le tiene miedo al qué dirán. Junto con su esposa Estela, se reunió con el agresor para pedirle una explicación, lo escuchó y lo abrazó.

Lucas Vega tenía 18 años cuando un tiro le destrozó la cara. Le disparó un adolescente de 15 años que intentó robarle el celular en Posadas, Misiones.El pastor evangélico de 45 años recuerda cada segundo de esa madrugada del 2011, cuando la mente se le puso en blanco. Del otro lado del teléfono, escuchó la voz de una mujer que le dijo que a Lucas lo habían baleado. Automáticamente se desvaneció, creyó que había un hueco en el espacio y no entendía dónde estaba parado. Al shock inicial, le siguió la lucha por volver a empezar.

Habían pasado tres semanas del homicidio y la pareja necesitaba entender cómo había sido todo. Por eso, le pidieron al juez de menores César Jiménez reunirse con el delincuente. El magistrado no sólo accedió, sino que los dejó a solas en su despacho.

El encuentro duró media hora. A pesar de que el asesino -menudo, muy flaco y de pelo castaño- fue por voluntad propia, cuando los vio llegar estaba asustado. “Hablamos frente a frente los tres, sentados muy cerca el uno del otro. Le preguntamos cómo se llamaba, cuántos años tenía y le pedimos que nos contará lo qué pasó”, recuerda el hombre.

La explicación fue precisa. El chico les dijo que estaba en una fiesta con sus amigos, que habían tomado alcohol y que, durante días, se había estado drogando con pastillas. También, admitió que esa noche le robó el arma reglamentaria a su papá -que era Policía Federal- y cuando Lucas le aseguró que no tenía ni plata ni celular le pegó un tiro en la cara. “¿Vos te pusiste a pensar que me quitaste lo más precioso que tenía, que era la vida de mi hijo?”, le preguntó Estela. A lo que el delincuente, respondió: “Les pido perdón, nunca pensé que podía llegar a matar a una persona”. Y se largó a llorar.

Después, la mujer lo abrazó, Daniel la siguió y los tres se quedaron en silencio. El adolescente les contó que su papá era alcohólico y le pegaba a su mamá, y que en su casa era común que lo amenazaran con matarlo.

Daniel Vega no puede describir cómo es abrazar a la persona que le arrancó lo más importante que tenía. En ese momento estaba triste y confundido. Asegura que no sintió odio y que reaccionar distinto y sin violencia le trajo tranquilidad. Sin embargo,  “Perdonar no es olvidar, es quitarle el peso de la culpa a una persona ¡Cómo me voy a olvidar que un joven de 15 mató a mi hijo! A pesar de eso, no tenemos nada contra él. Ojalá pueda rehacer su vida”.

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Daniel es miembro y comparte la postura de la organización Víctimas por la paz, que está en contra de que los menores de 16 años puedan ir presos. “No le deseo la cárcel al asesino de mi hijo, creo que necesita otra cosa”, explica.

El adolescente que mató a su hijo estuvo unas semanas en el penal y después quedó en libertad por ser menor. De esa decisión, a Vega le quedó un sabor amargo. Su objetivo era que fuera a un centro de contención para que así la Justicia pudiera “darle el alta”.

“No tenés corazón”, “Hiciste negocios con la muerte de tu hijo”, “Antes del homicidio no te conocía nadie en Posadas” fueron algunas de las cosas que le dijeron por perdonar al asesino. El pastor no se esfuerza por dar una explicación lógica. Está seguro de que nadie más que él puede entender qué le provocó no esclavizarse en el dolor.

“A Lucas me lo extirparon de la vida, pero me convencí de que se puede reaccionar distinto”, cuenta el pastor. Además, confiesa que, aunque ningún ser humano está preparado para perder a un hijo, sabe que tiene que levantarse y salir a trabajar por su familia.

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