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Este Real Madrid parece creado a imagen y semejanza de su entrenador. Es lúcido y astuto como Zinedine Zidane. Juega en cualquier escenario como si le resultara casi tan cómodo como su propia casa, el Santiago Bernabéu. Lo volvió a demostrar en ese monstruo de más de 60.000 cabezas que fue el San Paolo, vestido como en los días de Díego, efervescente como en aquellas consagraciones. El campeón de Europa repitió el resultado de la ida (ganó 3-1 luego de ir perdiendo) y se clasificó a los cuartos de final de la Champions League, tras los pasos de esa obsesión, la Duodécima Orejona.
El entrenador francés -padre de esta criatura que devora- sabe de qué se trata todo eso de los partidos decisivos, de los momentos que marcan rumbos. Lo aprendió en sus días de crack, de campeón del mundo. Mucho antes, en tiempos más bravos, sus padres Smail y Malika -argelinos de origen musulmán; escapados por necesidad de la antigua colonia francesa- le enseñaron otra cosa al pibe que admiraba a Francescoli: según contó él mismo, de ellos aprendió que la adversidad es también una oportunidad. Zizou lo pone en práctica regularmente en este Real Madrid al que llegó cuando las piezas no encajaban, cuando el rompecabezas parecía roto. Lo hizo campeón de la última Champions, del Mundial de Clubes de la FIFA, de la Supercopa de Europa… No para. Va por todo.
Ante el Nápoli atravesó una cornisa peligrosa: perdía 1-0 (por ese remate cruzado y fortísimo de Dries Mertens) y jugaba demasiado cerca de su arquero Keylor Navas. Quedaba una impresión al cabo del primer tiempo: el milagro napolitano era una posibilidad que latía casi tanto como los recuerdos de Maradona.
Pero como tantas veces desde la llegada de Zidane, el Real Madrid se reconstruyó a sí mismo en un ratito. Salió a jugar el segundo tiempo de otro modo, más convencido, más cerca de Pepe Reina, sin tantas inhibiciones. Así, lo dio vuelta.
Hubo un protagonista central en el San Paolo. Otra vez, Sergio Ramos -esa suerte de superhéroe vestido de blanco- rescató al Real Madrid. Ofreció dos de sus cabezazos en seis minutos y modificó el resultado y encaminó la clasificación. Se dio un gusto para hacer visible uno de sus habituales reclamos exóticos: festejó como Lionel Messi frente al Celta (con el gesto del celular en un oído, a modo de llamado) para recordar que él había sido el primero en hacerlo en el Camp Nou. Detalle de cotillón de un defensor de clase mundial.
Después, ya con la certeza del 3-1 (el tercero, obra de Alvaro Morata), Ramos le puso palabras a una situación recurrente en los clubes de élite: el vértigo con el que los villanos se pueden transformar en ídolos de multitudes con días de diferencia. “Hace una semana me mataban, no por hacer los goles voy a ser un héroe”, expresó. El diario Marca, sin embargo, lo coloca como tal: “Siempre Sergio Ramos”, grita su título principal. La estadística también lo avala: con sus dos tantos, llegó a 68 y alcanzó a Roberto Carlos como el segundo defensor con más goles en la historia de la Casa Blanca. Por delante le queda Fernando Hierro -otra histórico; especialista en pelota parada-, con 127.
“Si supiéramos la fórmula para jugar muy bien sería muy fácil”, agregó Ramos. Es cierto que Real Madrid no tiene esa fórmula que no existe. Pero conoce otra que le da excelentes resultados: la de adaptarse ante las circunstancias incómodas. Como Zidane, claro.
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