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El atronador retroceso de Nicolás Maduro sobre el zarpazo al Congreso venezolano no será gratuito. Ayer, menos de tres días después de configurar un autogolpe palaciego clásico al anular las potestades el Parlamento de mayoría opositora e inventar una sala de siete jueces para que haga de legislativo, debió retroceder. Ese zigzagueó exhibió tanto el alcance de las tensiones internas en la cúpula del poder como la debilidad del régimen. Esa fragmentación se evidenció en toda su profundidad el viernes cuando la fiscal general, Luisa Ortega, una connotada chavista, comprometida incluso con la persecución de la disidencia y autora de la acción contra el preso político Leopoldo López, repudio por “inconstitucional” la acción contra el Parlamento.
Es claro que esta funcionaria, integrante de lo que podría constituir una línea “moderada” dentro del régimen, no actuó sola, sino que reflejó con su crítica el disgusto de un ala en el poder bolivariano. La energía de ese sector y su músculo quedó demostrado con el retroceso a los tumbos del presidente.
Es improbable que esto haya ocurrido solo por la reacción crítica internacional o por las amenaza de la Organización de Estados Americanos de aplicar la Carta Democrática y suspender al país caribeño del organismo hemisférico. Ese es un daño que el régimen tiene previsto y el cual descuenta.
Pesaron más otros aspectos. Los aliados regionales de Caracas, con la excepción de Bolivia, se quedaron callados eludiendo un respaldo a Maduro o directamente elevaron quejas siquiera cautas como en el caso del Ecuador del bolivariano Rafael Correa. Pero lo que más sorprendió fue el silencio filoso de la isla cubana, el mayor socio político y estratégico del acosado modelo venezolano.
Para el castrismo la deriva autoritaria del chavismo es un desafío para su proyecto de reconstrucción con apertura económica que ha venido labrando con pasos asiáticos con Estados Unidos. No es algo menor el giro que la isla comunista se atrevió a dar desde las épocas que aún vivía Fidel Castro atento a la agonía del apoyo económico que recibió durante el auge petrolero venezolano. Caracas le entrega cien mil barriles de petróleo diarios a La Habana que en parte usaba y un remanente comercializaba. El año pasado esa cuota cayó a la mitad y últimamente se tornó aún más magra debido a la crisis económica terminal de Venezuela. No es la única razón pero es uno de los gatillos del notable giro histórico de Cuba en el nuevo relacionamiento con Washington. El ataque al parlamento por parte de Maduro puso en grave riesgo ese proceso debido a que Cuba no tiene otra salida política que en caso extremo salir en defensa de su histórico aliado alimentando a los halcones norteamericanos decididos a desbaratar ese cambio. La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca encendió esas luces rojas y la necesidad de la contención. Es por eso que fuentes diplomáticas sostienen que La Habana reaccionó con extrema dureza contra la última aventura de Maduro.
Otros factores del retroceso son internos. Venezuela está atrapada en un laberinto con pocas salidas. No tienen financiamiento y su aislamiento crece. La posibilidad de negar elecciones e instaurar un régimen cerrado colapsa por la ausencia de autonomía total que exhibe la estructura. El daño explica la existencia ya de una disidencia chavista que reprocha a Maduro la carga de haber destruido el legado del fundador del proceso bolivariano. Es una exageración. Lo que Hugo Chávez dejó antes de morir es la lápida que no ha dejado de caer en las espaldas del precario presidente actual.
Lo cierto es que el retroceso de hoy más que el autogolpe de hace un par de días indica de modo nítido la fragilidad de todo el armado. Esas grietas son las que una parte de los dueños del modelo deben estar advirtiendo y que pueden ensancharse sino se crea una puerta de salida a este callejón. Se deberá aguardar para observar qué reacción habrá en los magnate del poder venezolano que han sido los cancerberos del autoritarismo del modelo y los que más tienen que perder con cualquier apertura como el ex capitán Diosdado Cabello. Esto por supuesto no termina aquí, apenas ha comenzado.
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